Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
TRAS la dimisión de Alexis Tsipras, Pablo Iglesias debería de bajarse de su pedestal de politólogo soberbio y mirar el reloj de la cuenta atrás que él mismo puso en marcha con su ya famoso tic-tac contra Mariano Rajoy en aquella arenga junto a Monedero en la Puerta del Sol. Y es que en el tiempo récord de seis meses desde que ganaron las elecciones, el tic-tac de los podemitas griegos ha funcionado con tanta precisión que el hermanísmo político de Pablo ha tenido que presentar su dimisión tras negociar un duro tercer rescate para su país en contra de la voluntad de su pueblo expresada en el referéndum que él mismo convocó. El autodefinido como salvador de Grecia tendrá pues que pasar nuevamente por las urnas el próximo 20 de septiembre si quiere ser reelegido, en un clima de inestabilidad absoluta generado por su forma confusa y caótica de hacer política, alabada por Iglesias, que hace bien poco jaleaba las medidas de Tsipras y lo definía como el conseguidor de la primera revolución utópico-populista en Europa en este siglo XXI. Debería pues Pablo reflexionar sobre el embrollo ideológico de sus hermanos políticos de Syriza -sólo apoyados por los conservadores en sus momentos más críticos- y echar la vista atrás a los podemitas nacionales, ya que nadie olvida las becas black de Errejón, los escándalos financieros de Monedero, los enredos de Carmena y los suyos, las boutades de Colau, las humillaciones al "cenizo" Garzón y al resto de la izquierda, y la propia indefinición política de la marca Podemos, cada vez más desgastada por unas encuestas a la baja.
Aunque hasta ahora parece que la prepotencia fundamentada en un éxito arrollador no les deja ver los malos datos del CIS, que reducen sus expectativas de gobierno día a día. Sin embargo, como España no es Grecia, aunque el pueblo español esté achicharrado por la política de Rajoy y por la corrupción generalizada entre los partidos de la "casta", el descenso de Podemos en intención de voto para las próximas generales se va a hacer cada vez más evidente, máxime tras un ascenso a las nubes únicamente basado en los errores ajenos, sin definirse en el espectro político y con la ambigüedad como bandera. Estos politólogos del new age podemita deberían reciclarse tras la vuelta al cole en septiembre, reflexionar sobre el futuro de su organización y planificar un cambio de estrategia si es que quieren conservar al grupo de descontentos que inicialmente les encumbró, dado que el dilema entre el control férreo de la marca y el asamblearismo de las bases aumenta por momentos su pérdida de credibilidad interna y externa.
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