Vidas a la basura

Se gentrifica el barrio, oiga. Se echa abajo un edificio feúcho, con estoico valor arquitectónico y se levanta otro

08 de febrero 2022 - 19:13

En el barrio las obras se contagian más que el ómicron. Créame: lo del ladrillo es viral. La tranquilidad de la Bellavista lampedusiana sólo se altera con kitesurferos en neopreno vivo los días de levante. Aquello va tan tranquilo que la noticia más novedosa del semestre ha sido la trasmutación del super que cambió de nombre y forma de vender. Colea entre la feligresía el cabreo por la supresión de la carnicería y sección de charcutería al corte. Pero, tras el confitamiento intensivo llegó la fiebre ladrilleril con sus precios imposibles y alegres cuadrillas furgoneteras. En el tramo que va del Hospital Parque San Antonio al restaurante María, afloran en los solares cartelones de licencia de obras con referencia del expediente, comienzo de la tarea y fin de la misma hasta el año, dios mediante, en muy optimista plazo. Retratan a los autores del proyecto, nombre de la empresa constructora y promotora. Se gentrifica el barrio, oiga. Se echa abajo un edificio feúcho, con estoico valor arquitectónico y se levanta otro. Una coreografía de excavadoras, hormigoneras, grúas y la consabida banda musical de martillo neumático y vientos de sierra radial que amenizan la jornada del teletrabajador residencial. Los viejenials neotiesos andamos un poco contrariados por la merma de aparcamientos de zona azul para residentes, pues son más de 10 plazas de SARE que se han volatilizado por magia de contrata. Los neorrancios, cómo se califica ahora con sorna a los nostálgicos, echamos de menos la valla cotilla con vistas al sudor y tajo de toda la vida. El ver currar en directo que nos pone más que la telerrealidad pantojil. Entre tanta oferta y desmanda también computan las reformas de viejas viviendas y apartamentos. Lo sorprendente de dicho éxtasis renovador son las estampas que asoman por las cubas de escombros. Los espectros de vidas y memorias tiradas a la basura sin ninguna contemplación. Con el vaciado de pisos exprés, entre los restos ahumados de cemento y azulejo, junto a los lavamanos, colchones y bidés, al lado de los cabeceros de cama, sillas rotas y juguetes sobados… Junto a esas mesillas sucias de polvo que velaron tanta noche también afloran papeles muy personales: restos de bibliotecas destripadas, agendas, cartas escritas a mano, extractos bancarios, discos, álbumes con fotos de la familia… alrededor de esta destrucción especulativa pululan los chatarreros que expurgan lo poco que haya de valor, recuerdo y dolor.

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