
Mesa 8
Juan López Cohard
¡Viva el verano!
Una semana de retorno a la mullida rutina con los últimos latigazos de sol. Hartos de tanto verano amarillo contemplamos el panorama devastado por la demencia colectiva en puro arrebato de ingeniería social. Mientras llegan los volquetes de ansiolíticos, la tristeza, la nostalgia y la sensación de haber sido estafados excitan las psicopatías y neurosis más dispares en la masa borreguil. El pavor a diñarla o la íntima culpabilidad por haber sobrevivido a la plaga. Las bajas y los duelos a medio cocer palpitan y rondan ahí enquistados. Total, que esta paranoia colectiva, este pánico elemental a morir con tanta desgracia circundante, nos ha dejado en mayor o menor medida, sonados. Un estado anímico sobrealimentado por los incesantes partes de bajas que gotean muertos y el recuento de vacunas diario. De tal guisa que tras la contemplación de tanto desparrame botellonero, no fiestas y grupos burbujeantes uno se pregunta cómo no están los hospitales a reventar o reinventar. Con estos horarios de queda y moradas interiores no nos extrañe la abundancia de cruces de cables y creencias alternativas que se riegan como pólvora. Lo del exobispo de Solsona, el Messi del exorcismo, que colgó la mitra por amor a una escritora de líneas calentorras, ha dotado a la mismísima Iglesia del Vaticano de un aura de Palmar Troya. En manos de quien nos confesamos. Más cerca está el caso del vecino de Cenacheriland que, con espíritu grafitero, iluminó demasiadas fachadas con mensajes negacionistas del coronabicho desde el Molinillo a calle de la Victoria con su cuesta rompepiernas terraplanista. Ya se podría haber dedicado el señor a realizar pronósticos de osteometereología, disciplina de jubilados que consiste en realizar previsiones del tiempo según le crujan los huesos y los recibos. Menos mal que volvemos a la desaliñada realidad de los afanes diarios. Regreso a las aulas, regreso al tajo, regreso al tragadero para comprobar que todo sigue más o menos tan desquiciado como lo dejamos. Aun así, esta reentrada al nuevo curso viene sobrealimentada con la alegría del construir y transformar. Hay obras y reformas por todas partes. Cualquiera se atreve a quejarse de los martillazos, las radiales, el polvo y todas las incomodidades asociadas a este cultivo intensivo de nóminas. El ladrillo está alegre y tira de todo lo demás. Ya sabe: Elegir entre paz o libertad, son los tiempos que tocan y no estamos para más pamplinas.
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