HACE unos días compré el libro Mil lugares que ver en España al menos una vez en la vida, escrito por Juan Eslava Galán. Nada más adquirirlo mi curiosidad me llevó a hojear lo que de Málaga recomendaba el autor jiennense, y casi me di de bruces cuando me topé con que, entre los indudables atractivos de la ciudad, destacaba el Museo de Bellas Artes situado en el Palacio de Buenavista, en la calle San Agustín. Comprobé que la edición del libro era de 2009, y no recuerdo qué fue mayor, si la sensación de que había invertido mi dinero en un lugar equivocado o las ganas de propinar a Eslava Galán (al que admiro por otros libros) un tirón de orejas por semejante despiste. Por mucho que el texto haya sido escrito hace dos décadas, una edición del año pasado merece una aclaración, una puesta al día, una nota al pie de página, una sencilla consulta en internet. Pero no. Para Eslava Galán, el Museo Picasso no existe. Una vez colocado el volumen en mi estantería, cabe proponer cierta reflexión sobre el episodio: ¿Cuánta gente sabe fuera de Málaga que aquí hay un Museo Picasso? Y no es cuestión de dar la razón a Elías Bendodo en la polémica que mantuvo la semana pasada con María Gámez sobre la proyección del centro, porque no la tiene: si la pinacoteca no goza de la popularidad deseada, el Ayuntamiento no puede desentenderse y echar las culpas como si no tuviera nada que ver. La cuestión es en qué medida los anunciados como proyectos estrella tienen el calado que los políticos implicados aseguran, especialmente más allá de Antequera. O dicho de otra manera: ¿Qué lugar ocupa Málaga en el mapa, el que pintan los concejales y consejeros o sus antípodas? Soy asiduo del Museo Picasso (especialmente de sus atractivas actividades nocturnas) y considero que quien no lo conozca se pierde una experiencia muy enriquecedora. Por eso creo que podría venderse solo en cualquier parte. Pero igual esta ciudad tiene que quererse un poquito más.