Mitologías Ciudadanas

José Fabio Rivas

El buen salvaje

No soy experto, pero tengo la impresión de que el mito del buen salvaje (y de la buena naturaleza en la que pacíficamente éste habita) reverdece, cuando se maltrata a la naturaleza y ésta, agónica, nos pasa factura. El mito viene de lejos. Exactamente de la España del "descubrimiento" y del contacto con las poblaciones indígenas de América (Colón afirma haber llegado al "paraíso terrenal", y la imaginación popular empieza a atribuir toda clase de ingenuas bondades a los indígenas. Por ejemplo, que no les interesa el oro).

Una de las versiones de este mito que más me gusta es El Villano del Danubio, de Fray Antonio de Guevara, que fue predicador y cronista de Carlos I, en la que el buen salvaje se queja ante el emperador Marco Aurelio de las tropelías que Roma (o sea la cultura y la pax romana) está llevando a cabo contra la naturaleza bondadosa y confiada de su pueblo (bárbaro y semisalvaje). Así de actual es su comienzo: "En el año décimo que imperaba el buen emperador Marco Aurelio, sobrevino en Roma una general pestilencia, y, como fuese pestilencia inguinaria, el emperador retrújose a Campania, que a la sazón estaba sana, aunque junto con esto estaba muy seca y de lo necesario muy falta. Pero, esto no obstante, se estuvo allí el emperador con todos los principales senadores de Roma, porque en los tiempos de pestilencia no buscan los hombres do regalen las personas, sino do salven las vidas…". El mito, por lo demás, se engalana y hace fortuna curiosamente en el siglo XVIII, durante la Ilustración, cuando mayor es la apuesta de Europa por la razón, la cultura y las ideas civilizadas. Es Rousseau, sin duda un gran pensador que no deja de ser un pequeño reaccionario, el que la capitanea. De él son frases como estas: "Algunos se han apresurado a concluir que el hombre es naturalmente cruel y que hay necesidad de organización para dulcificarlo, cuando nada hay tan dulce como él en su estado primitivo…" o "el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe".

Así, el mito se reaviva cada vez que la cultura se tambalea. Sin embargo, numerosos antropólogos y etnógrafos discrepan de él. En todo caso, y según ellos, en la naturaleza y en el hombre primitivo lo que reina es la escasez, la inseguridad, el peligro, el miedo, la violencia… la Arcadia del noble salvaje es una falacia reaccionaria. Con todos sus límites y contradicciones, con todas sus maldades, la civilización, la ley, la ciencia y las instituciones culturales que el hombre ha creado son el mejor acicate contra la barbarie. Por ejemplo, se estima que si se comparara la mortandad de los dos grandes conflictos bélicos que asoló a la civilizada Europa del siglo XX, incluyendo la labor genocida de Hitler y Stalin, con la derivada de la violencia tribal entre "los buenos salvajes" de las tribus jíbaras, el número total de muertos hubiese rondado los dos mil millones, en lugar de los cien millones que algunos han calculado. Prefiero, entonces, la civilización con sus desmanes, antes que la horda salvaje, y si la salud de mi cuerpo lo reclama, confío más en los antibióticos y vacunas que en los ensalmos, las yerbas y las danzas rituales.

El que no se consuela es porque no quiere -se puede argumentar-. Y así es. Y también es verdad que ni la buena naturaleza ni el buen salvaje han existido nunca, y que lo más cercano que conocemos a esos estados míticos, nos pone los pelos de punta.

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