Hace un lunes, repetía religiosamente mi ritual camino al trabajo andando. En la puerta del supermercado, en contraste con mi zancada, una pareja octogenaria pasea rebosante de paz y calma. Sincronizados en el paso, agarrados por un sólido engranaje: la mano derecha de la señora enganchada a lo que otrora fuera el bíceps izquierdo de su marido y la mano derecha de él posada firmemente sobre la de ella. Él, lleno de arrugas salvo en la ropa, porta un traje y corbata ocres y pantalón claro; puede que luciendo la elegancia y señorío de su época, pues a veces la indumentaria es una manera de aferrarnos a tiempos mejores. Ella, muy señorial, luce un vestido estampado que en su momento debió ser muy 'in' a buen seguro, pero que ninguna adolescente contemporánea querría para una fiesta. De pronto, ella pierde pie. Él, como si ya estuviera preparado para ello, se detiene y la agarra con seguridad. Nada ocurre, pero sucede todo.

Porque él la mira a ella y ambos rompen a sonreír. Ajenos a lo que podría haber sido el drama de una cadera rota o un golpe iracundo en la nuca. Sin reproches, sin un de quién ha sido la culpa. Reanudan el paso y el paseo. Yo sonrío también, y me marcho al trabajo cavilando.

Me da por imaginar la misma situación, aunque en nieto y abuela. "Abuela, ¡qué torpe eres!". O peor aún: "Abuela, ¡que casi me tiras al suelo!". De una pareja joven me cuesta mucho imaginar la escena. Por el mero hecho de verlos paseando. Por dar por hecho que ambos llevan en su mano el móvil. Me viene más a la mente una conversación en la que ambos se ríen de un meme o devoran un vídeo viral.

Y me da rabia que mi mente se me desvíe de esos dos ancianos, porque es la escena más romántica que he visto en tiempo. Hoy, que hay miles de fuentes inspiradoras, multitud de regalos amorosos originales y hasta más talento para la palabra, me he percatado de que la calle se ha vaciado de gestos románticos. No hablo de ñoñerías de tortolitos, besos desenfrenados o juegos de manos para llamar la atención de quien nos gusta. Hablo de gestos como ese agarrón por inercia del anciano y la sonrisa acompasada, que rezuman respeto, cariño y la solidificación de un sentimiento que ha resistido la erosión del tiempo. El mundo ha cambiado, hay más 'misterwonderfuladas' y mayor liberación. Pero también menos amor para toda la vida y más hombres y mujeres de una sola noche.

Ahora que el cine está tan seco de ideas, yo estoy como loco por repetir mi camino al trabajo; a ver si me vuelvo a encontrar a esa adorable pareja de señores mayores.

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