Cancelación

21 de febrero 2025 - 03:06

En una anterior columna me dejé llevar por las hordas justicieras y me uní miserablemente a la lapidación social y viral de Karla Sofía Gascón, traicionando uno de mis principios que defiende una segunda oportunidad incluso para el más abyecto. Todos podemos equivocarnos. Tan solo los soberbios y los arrogantes carecen de esta humana cualidad. La protagonista de Emilia Pérez deambuló por todos los medios de comunicación exhibiendo su arrepentimiento y sus lágrimas. Sin embargo, los haters y las RRSS no la han perdonado, ni siquiera las altivas academias del cine. En la entrega de los Goya brilló por su ausencia y la han apartado como si fuera una apestada. La cancelación de la cancelación se ha legitimado y ha emergido una siniestra justicia social que condena a las profundidades del averno a cualquiera que haya cometido un tropiezo.

Por ello del algoritmo y mi afición por el séptimo arte, me aparecían todas las películas nominadas a diferentes premios cinematográficos y por ende la susodicha actriz. Los odiadores escupían su veneno al amortajarla con los calificativos más insidiosos. La crueldad humana emergía de la manera más violenta. La sombra de Hobbes se deslizaba irónicamente en la pantalla del portátil con el signo de la vitoria. Ya no voy a caer de nuevo en la trampa. Igual que en la escuela, cuando el líder elegía a su víctima el resto lo seguía hasta el final. Existe una especie de salivación malvada que nos acompaña a lo largo de nuestra vida cuando se trata de ajusticiar públicamente. Cogemos la piedra y la lanzamos al unísono en una suerte de aquelarre sanguinario. Estoy casi seguro de que en nuestro fuero interno la estamos lanzando contra nosotros mismos, contra nuestras propias miserias que no afrontamos.

Resulta sencillamente denigrante para nuestra especie que no practiquemos el perdón y no se impulsen las segundas oportunidades; sin embargo, para otras cuestiones mucho más relevantes se hace la vista gorda. A ello, por consiguiente, hay que añadirle nuestra innata hipocresía y nuestras diferentes varas de medir: a unos les reímos las gracias y a otros, por lo mismo, los relegamos al ignominioso ostracismo.

Si no aprendemos a perdonar y no nos perdonamos a nosotros mismos iremos completamente a la deriva. Y, sobre todo, deberíamos de ir revisando aquello de “tolerancia cero” porque le cerramos las puertas al arrepentimiento, a la paz y a la reinserción. Cualquiera puede equivocarse en unas manifestaciones y está en su derecho poder recular. El linchamiento social es totalmente reprobable. Resulta que afianzamos lo contrario de lo que teóricamente combatimos, esto es, el odio.

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