EN internet no hay sólo asaltacunas y cazadores de claves bancarias. También cachondos que difunden bulos (hoax) a través del correo electrónico para divertirse o juntar direcciones y venderlas a agencias publicitarias. Así atribuyen poemas espantosos a Neruda o García Márquez apostillando la orden de reenviarlo a diez amiguetes para evitar que te dé un aneurisma. Otros no tienen gracia, como el del niño canceroso que quiere 10.000 mensajes antes de morir o la acusación al modista Hilfiger de insultar a hispanos y negros en televisión. Los hay asquerosos: un reportaje, a veces con imágenes, sobre bebés destripados para rellenarlos de droga y pasar la aduana. Para desenmascararlos se busca con Google hoax y las palabras clave del mensaje. Así yo me llevé un chasco porque esta historia era simpática: según la universidad de Moscú pones un huevo entre dos teléfonos celulares y con uno llamas al otro. En cuarenta minutos el huevo está cocido. Tengo un amigo que usa dos móviles, el de trabajo y el particular. Supongo que uno en cada bolsillo. Si lo de la cocción fuese cierto, mi amigo ya tendría los susodichos para echarles tomate y atún.

Internet y la telefonía móvil son contemporáneos y están vinculados. Como las innovaciones y Lucifer (su nombre suena a luz y a lucero, y Ortega llamaba "voluntad luciferina" al esfuerzo por clarificar). Aún hay quien piensa que los videojuegos forman niños violentos y que un analgésico de farmacia es más dañino y menos eficaz que una infusión de matojos. Darwin soportó desprecio y ataques, amenazaron a Galileo con torturas por chulo y respondón y apostaría a que quien descubrió cómo encender y conservar fuego se convirtió en el primer solomillo a la brasa de la historia. La ciencia no se entiende, la tecnología despierta recelos y contra la técnica enarbolamos una ristra de ajos. Si esto es ahora, qué pasará cuando madure la generación que no ha aprendido a leer.

En cinco años la Gerencia Municipal de Urbanismo no ha concedido una licencia para instalar antenas de telefonía. Trámites gasterópodos, estériles informes que garanticen su inocuidad (cuando el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía ya permite ponerlas cerca de colegios o centros de salud) y ante todo el miedo consistorial al miedo del malagueño. El susto que antes daban la radio y el ferrocarril ahora lo da un hierrajo encaramado.

El sábado Málaga hoy advertía de la falta de antenas para responder a la demanda local y del remoloneo del Ayuntamiento para satisfacerla; ayer Juan Manuel Melero, ingeniero de telecomunicación y director general de Optimi (que trabaja para grandes operadores) explicaba que una estación es menos peligrosa que un celular pegado a la sien. Pero nadie quiere quedarse sin telefonía móvil, nadie quiere una antena próxima. Emprender una segunda modernización para esto. Manda huevos.

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