Afirman varios consejeros, así como el presidente de la Junta, Juanma Moreno, desconocer las razones por las que Vox ha decidido romper con el Gobierno andaluz (manteniendo los pactos ya alcanzados, eso sí) después de que el mismo anunciara el acogimiento de trece de los menores inmigrantes abandonados a su suerte en Ceuta. Y si desconocen las razones es, claro, porque Vox no las ha explicado: su portavoz en el Parlamento, Manuel Gavira, se ha limitado a acusar al Gobierno andaluz de "frágil", pero ni él ni nadie del partido han dado cuenta de los motivos por los que consideran que esos trece menores constituyen un obstáculo insalvable para conservar la alianza. Tanto la consejera Rocío Ruiz como el mismo presidente, por el contrario, han explicado la cuestión de manera clara: este acogimiento es una obligación no sólo humanitaria, también legal. Es decir, de nada habría servido haberse opuesto, en el caso de que los motivos humanitarios, como parece que sucede con Vox, no fuesen suficientes. Pero esto es lo de menos: Vox sabe perfectamente que los derechos y la protección de los menores preceden a cualquier otra consideración territorial y política. Es decir, podemos condenar el chantaje de Marruecos, acusar al Gobierno de España de mantener una postura pasiva y confusa, recordar (como bien hizo Rocío Ruiz) que a Andalucía ya no le quedan recursos para atender a los inmigrantes mientras la mayor parte de las comunidades autónomas hacen como que la cosa no va con ellas y hasta denunciar la frescura con la que la UE se lava las manos y mira para otro lado. Todo eso. Pero antes que todo eso está el derecho de los menores a recibir protección, cuidado y atención cuando quedan a merced del desamparo, vengan de donde vengan, se llamen como se llamen. Es una prerrogativa de cumplimiento obligado que no se puede convertir en piedra arrojadiza, ni en mercancía ni en causa de trifulca. Y esto, insisto, Vox lo sabe perfectamente, como sabe que pedir al Gobierno andaluz que se niegue a la preservación de este derecho sería como pedirle que pinte las fachadas de las catedrales andaluzas de verde fosforito. No se puede. Es lo que hay. En realidad, Vox llevaba amagando con la ruptura casi desde la misma constitución del Gobierno y tal vez ha encontrado ahora la excusa perfecta. Aunque la excusa, claro, tenga las patas cortas de la mentira.

Tal vez podría Vox justificar su decisión en virtud de la coherencia: después de criminalizar hasta la extenuación la figura de los menores no acompañados, este escrúpulo resulta lógico hasta cierto punto. Lo que sí sabemos es que en Vox no están dispuestos a renunciar a la estrategia que pasa por señalar como enemigos a batir, de forma irrenunciable, a los más débiles, a quienes ocupan el ámbito preciso de la marginación en España. Y si algo nos ha enseñado la Historia desde Julio César es que la elección del enemigo define de manera ilustrativa, sin medias tintas, la calidad humana del elector. La obsesión por colgar la diana a los menores inmigrantes, el estrato social con menos esperanza y menos oportunidades, es propia de cobardes acomplejados, gente a la que le dan por todos lados e, incapaz de responder en su elementalidad, decide cargar contra quien sabe que no va a reaccionar. No es tanto racismo como simple y puro complejo. Pero también tiene derecho el complejo a su representatividad parlamentaria, y a hacer y romper sus pactos. Siempre que se le conceda la opción, claro.

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