La tribuna

josé Manuel Aguilar Cuenca

El derecho a estafar

LA importancia de los modelos de conducta en la vertebración de nuestra sociedad es un instrumento formativo que parece merecer el desprecio sistemático de nuestro Estado. Albert Bandura, profesor de la Universidad de Stanford, estableció que el aprendizaje social necesita de la observación de una conducta, su reproducción y motivación para adoptarla. Así el niño observa cómo su padre abre una botella de agua y lo imita, probando y errando hasta que logra reproducir la conducta que ha contemplado.

Al llegar a la adolescencia el abanico de nuestros modelos se amplía, alcanzando aquellos que a través de los medios de comunicación se cuelan en nuestras casas. La cantante de moda, el futbolista o el famosillo de turno se vuelven referencias en las conversaciones, en los usos y valores. Sus opiniones se extienden, muchas son asimiladas, adoptadas como propias, modificando así a sus seguidores.

Las herramientas que la tecnología ha lanzado en la última década no han hecho otra cosa que facilitar todo esto, multiplicado su alcance de forma global, lo que ha traído una nueva concepción de la relevancia social, en donde la cuantificación de su valor económico es central. Si hace años el ámbito académico otorgaba una relevancia fundamental al número de citas que un artículo recibía de sus colegas en otros trabajos, con el tiempo el centro de atención pasó al número de patentes que generaba para, en estos momentos, considerar fundamental la cantidad de dinero que las patentes producen. Ya no sería tan importante tener una extensa obra como que ella tenga un impacto económico superior al de tus colegas de la misma especialidad.

En los tiempos que corren no hay nada que excite más que la creación de un indicador o criterio que permita clasificar la realidad que observamos. Si cogiéramos como indicador o criterio el espacio dedicado al citado Bandura por la Wikipedia(medio que aspira a la seriedad otrora exclusiva de la academia), veríamos que las exiguas dieciocho líneas que glosan las innovaciones, doctorados y repercusión del psicólogo que ocupa el cuarto puesto mundial en el listado de los psicólogos más citados por la profesión (detrás de Skinner, Freud y Piaget) no tienen nada que hacer con las más de medio millar de Miley Cyrus, lo que nos da una idea de su impacto en la sociedad, es decir, su valor económico. Con toda seguridad, a la cantante de moda le va a resultar muy difícil alcanzar el nivel intelectual y la transcendencia para la ciencia del psicólogo, pero aquí estamos hablando de valores y conducta, y en eso mi idolatrado colega tiene todas las de perder.

La degradación de la clase política, con sus centenares de procesos judiciales por robo (llámenlo como ustedes quieran: malversación, despilfarro, nepotismo, etc.) es otro modelo que ha calado profundamente en la conciencia social, modelando nuestro comportamiento como grupo. Y aquí debemos sumar no sólo el modelo, sino la ausencia de consecuencias, es decir, al modelo perverso de proceder con el dinero público debemos sumar la desesperanza que provoca la impunidad con la se pasean entre nosotros tras ser desenmascarados. Con todo esto podemos definir la relación causal que establecería que la corrupción que contemplamos en los políticos es una de las mayores fuentes de pobreza y destrucción de empleo de nuestro país. Si él lo hace, dice el tendero, el dentista o la meretriz, y luego la justicia no lo castiga o lo castiga pero no devuelve el dinero, por qué yo no. Estoy legitimado, sigue en su razonamiento, para no hacer facturas por mi trabajo. Para que ellos se lo lleven mejor me lo quedo yo.

La consecuencia es obvia: menos recaudación en impuestos, menos inversión, menos puestos de trabajo, menos dinero en las arcas públicas para sufragar la sanidad, la educación o la cultura. Tanto hablar de emprender, de invertir, de austeridad, de recortes, de consolidación, de ordenación del gasto y mil zarandajas más y al final es la clase política, con su excepcional capacidad para crear problemas y ofrecerse como solución imprescindible y única, el gran obstáculo para que nuestra sociedad acepte que debe dejar de ser un niño quejoso y tome la iniciativa, la responsabilidad de su propio futuro.

En esta línea de razonamiento, si adoptáramos la afirmación inversa, nos encontraríamos en el camino directo a la recuperación económica: si los políticos (como cualquier ciudadano) son sancionados cuando roban y obligados (como cualquier ciudadano) a devolver lo sisado, el modelo sería aprendido por la sociedad, que comenzaría a tomar ejemplo de ese comportamiento, rechazando la extendida práctica de ocultar a la Hacienda Pública todo aquel ingreso susceptible de ser opaco.

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