No, por favor, no lo hagas. No seas de esas personas que comienzan 2023 con una lista de propósitos por hacer. Dejar de fumar, ir al gimnasio, no enfadarte tanto, dedicarte más tiempo… Si hasta tú sabes el spoiler: no lo harás. O lo empezarás, pero lo dejarás por el camino. Porque tu rutina habrá engullido la Navidad dentro de unos días. Tus hábitos, vicios y manías, ahora hibernando bajo polvorones, cositas de champán y espumillón, volverán a tomar el control. Lo sabes. Los propósitos de Año Nuevo solo sirven para revelar una insatisfacción propia, son un potente maquillaje de autoengaño. Y aferrarse a un cambio de hoja en el calendario para acabar con ello es puro efecto gaseosa. Te invito a una reflexión mejor.

En lugar de querer cambiar quiméricamente de la noche a la mañana, ponte a analizar qué te llevó a cometer esos actos que hoy quieres desechar. Y como para dar consejo no hay nada mejor que empezar hablando de uno mismo, ahí van algunos de mis despropósitos de 2022. No haber hablado antes con mi padre para ahorrarnos un absurdo maratón de guerra fría. No haber estado más cerca de quien me necesitó en algún momento o no haber sido consciente de ello. No haber sabido pedir ayuda antes. Haber dañado a una de las personas más importantes de mi vida. No haber dedicado más tiempo al ejercicio físico. Haber cometido un fallo tonto laboral que nos hizo perder una cuenta de redes sociales. Haber negado su espacio a los miedos y haber ocultado mis vulnerabilidades por pensar que las personas a las que quería saldrían corriendo. No haber intentado antes un proyecto que ahora quiero emprender y con el que ya tendría mucho tiempo adelantado. No haber sabido canalizar mis ganas de escribir un libro en un proyecto concreto y práctico. No haber optimizado mejor mi tiempo.

Y podría seguir, seguro, pero solo con esos arreones ya salen bien ordeñados cabeza y corazón. También podría plantearme acabar con todo ello en 2023. Pero resultaría un ejercicio inerte. Y aunque ya lo hice en su momento, voy a aprovechar la inercia de este artículo para volver a analizar qué me llevó a cometer todos esos despropósitos. Resultan de gran ayuda esa autocrítica, esa autoconciencia y esa humildad y salud emocional para comprender que no siempre puedes con todo, que hay proyectos o sueños que se te escapan de las manos, no eres capaz de ejecutar o, simplemente, no se dan en ese momento las circunstancias idóneas para emprenderlos. Ahí radica el motor del cambio.

A veces estamos más pendientes de la meta que de las piedras que aparecen por el camino. Y evitar volver a tropezar en ellas es una táctica más sana que la ambición sin sentido. Tus despropósitos son mucho más humanos y reales que todo lo que quieras imaginar para el año nuevo. Es más, detectarlos y actuar en ellos seguramente te conducirá de manera más directa a lo que pretendes. Y no pasa nada si tienes que pedir ayuda para ello. A un familiar, amigo o terapeuta. Los propósitos son temporales; los despropósitos, continuos. Así que tienes todo el año para trabajarlos, en lugar de gritar en vano estos días que quieres cambiar.

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