A quien Dios se la dé

Un pobre es un pobre y no hay más que discutir. Su condición es algo que se gana a pulso con el sudor de la frente. O, mejor dicho, por no sudar lo suficiente. Por no esforzarse como Dios manda para salir de tal condición. Por eso, quien es pobre no tiene de qué quejarse ni puede enfadarse con el mundo. Porque si Dios, en su triple condición omnipresente, omnisciente y omnipotente permite que haya pobres es porque tiene que haberlos y quienes lo son, lo son porque les ha tocado. Por eso un pobre no debe, ni puede, dejar de ser amable y humilde. Y alegre. Porque si es pobre es porque Dios se ha fijado en él para que cumpla ese papel y siempre es un honor que el Altísimo ponga los ojos en uno.

De la misma manera que se ha fijado en otros a los ha hecho ricos o al menos nos le ha privado ni de gloria bendita. Lo que les provoca que estén todo el día enfadados y preocupados pensando en que alguien les pueda quitar lo que la providencia les ha dado, impidiéndoles cumplir el papel asignado por el Todopoderoso. Por eso un pobre debe ser humilde en sus otras dos acepciones. Debe ser consciente de sus propias limitaciones y obrar en consecuencia, y a la vez, sumiso, dócil, obediente, actuar con acatamiento, paciencia, suavidad e, incluso, humillación. Lo contrario sería la rebeldía y a Isabel Díaz Ayuso le encanta, al mismo tiempo que le sorprende, que los pobres peruanos, que son mucho más pobres que los españoles, sean, a pesar de todo, amables, humildes y estén contentos.

Que es una forma de ver el mundo que, según ella, “nos representa a todos” (a los que representa) y que ella siempre ha querido reivindicar desde que llegó a la presidencia de la comunidad de Madrid “porque esto es así”. Que viene a ser algo similar a aquello de “a quien Dios se la dé, San pedro se la bendiga”. Como argumento científico no tiene peso, pero teológicamente es incuestionable. De modo que cambiemos la letra de la Internacional. Nunca más será “arriba parias de la tierra, en pie famélica legión”. Desde hoy será “agachaos parías de la tierra, reíd famélica legión”. Los pobres de solemnidad que Ayuso ha encontrado en Lima han dado un ejemplo extraordinario con un comportamiento propio de su cultura hispanoamericana “brava, alegre y mestiza”. Se entiende que los pobres africanos y asiáticos son más quisquillosos y menos alegres. Los primeros están negros y los segundos nos miran con malos ojos.

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