El balcón
Ignacio Martínez
Sin cordones sanitarios
Gafas de cerca
Ser indígena, vencedor democrático y al mismo tiempo ignorante no es en absoluto incompatible, como hemos comprobado en el discurso entrante del nuevo presidente del Perú. Ser resentido o, en la mejor de las interpretaciones, iletrado en historia del propio país, tampoco lo es. Ser descortés al filo del insulto con un invitado a la fiesta de uno mismo -en este caso, el nombramiento como presidente, y con el rey Felipe-, tampoco. Sólo de pensar que Vargas Llosa pudo haber sido presidente de un país diversísimo y socialmente dividido se le levantan a uno las cejas. El indigenismo se impone en Latinoamérica (claudiquemos de llamar a este vastísimo territorio Iberoamérica, que es técnicamente más adecuado). Los incas fueron buenos y benéficos con los otros pueblos de la región, a los que cercenaban las cabezas antes de ensartarlas en picas, a modo de advertencia sobre sus nuevos hermanos subyugados.
Todas las razas, todos los pueblos tienen sus sanguinarios nativos, lo cual no excluye que lleguen otros imperialistas o colonialistas de fuera e impongan su ley a sangre y fuego, e incluso su religión, y hasta algunos establezcan cosas insospechadas para el siglo XVI, artefactos del conocimiento humano como las universidades: los españoles fundaron la de San Marcos en Perú en 1552 (en Santo Domingo, en 1538). Hubo castellanos invasores que criaron con nativas e hicieron familias mestizas. Por ilustrar algún rasgo de otros modelos de negocio imperialista, los mandos británicos en la India prescribían sexo entre soldados de su majestad antes que mezclarse con las mujeres de la India (y largo etcétera geográfico). El saqueo de recursos para la industria y el incipiente capitalismo de la Gran Bretaña está mucho más blanqueado que el del imperio castellano-aragonés, muy extremeño, vasco o andaluz.
Ponga un expolio en su vida, en la de su discurso. No importa que se produjera va para seis siglos: el odio a los españoles -unos españoles quizá más consanguíneos con los peruanos o bolivianos que con los de la España actual- cotiza entre los odiadores históricos, quienes odian la historia tanto que la hacen plastilina con causa. No puede uno dejar de recordar el argumento del expolio que esgrimen los indepes contra España, que les roba. El odio al invasor como estrategia y táctica; que si en Perú lo fue, en Cataluña es para partirse de la risa. El paquete completo del doliente histórico incluye las groseras maneras con Felipe VI. Sea con sombrero chotano o con gafas de pasta e impecable traje oscuro de sastrería chic.
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