La envidia española

Un idioma propio y creerse superiores son un ridículo patrimonio para que alguien siga apostando por Cataluña

Esta semana se ha demostrado que una de las principales características que definen a los españoles, nuestra miserable envidia, se ha acentuado especialmente entre los gobernantes catalanes. Era lógico que tanto acercamiento independentista al gobierno de España acabara sacando a relucir los valores patrios, pero podían haber sido la solidaridad, el espíritu aventurero o nuestra alegría de vivir, y no el deseo de que los demás no triunfen ante mis clamorosos fracasos.

Es posible que a ERC le haya parecido un acierto exigir que se suban los impuestos en Madrid, pero cuesta entender que esta insaciable voracidad fiscal demostrada en su tierra se quiera ocultar castigando a otros. Dice un interesante refrán que un tonto no se da cuentan que, al apuntar con el dedo de su mano a alguien, hay otros tres de sus dedos apuntándole a él. Por ello esa obsesión por la capital del reino se ha convertido en un auténtico bumerán para sus intereses. En apenas unas horas la presidenta madrileña se ha plantado en Barcelona, les ha contado a sus empresarios las ventajas y libertades de otras tierras, y se ha vuelto a acelerar la sangría de empresas saliendo de Cataluña.

Es evidente que, para que alguien se atreva a exigir el perjuicio de otros en la aprobación de unos presupuestos, debe haber algún ignorante que se lo permita. De lo contrario nadie, en su sano juicio, perdería el tiempo fastidiando al resto cuando puede solicitar beneficios para su propia tierra. De ahí la respuesta clara del PNV, indicando que está muy bien eso de la armonización fiscal, que es como le llaman los cursis a subir los impuestos, pero que ellos tienen su concierto económico y, por tanto, que los dejen en paz. Era de esperar que el territorio vasco, con la menor carga fiscal de toda España, quiera seguir así, y que los supremacistas catalanes tengan que abochornarse y guardar silencio ante estas palabras.

Desde luego es preocupante la situación de Cataluña. Su falta de diplomacia actual y sus constantes salidas de tono distan mucho del modelo industrial y burgués que tuvo en el pasado y que encandiló al resto del país. Ahora sus empresas han huido hacia lugares más tranquilos y mejor gestionados. Y si siguen en sus trece de armonizar al alza, difícilmente alguien va a continuar allí, porque un idioma propio y creerse superiores son un ridículo patrimonio para que alguien siga apostando por Cataluña.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios