¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La escuela de Lázaro

De este bache sólo nos sacarán los fondos europeos, pero antes hay que aprobar unas cuentas que gusten a Bruselas

Poco nos ha cundido que nuestra literatura erasmista nos brinde uno los pedagogos más excelsos que ha dado la historia: el ciego de El Lazarillo de Tormes, maestro de metodología tan original como expeditiva, cátedro de los caminos, los sembrados y las tabernas. Sólo recordamos un educador de su altura, el protagonista de Mr. Vértigo, novela escrita por Paul Auster que nos narra las peripecias de un granuja, mitad tahúr mitad místico de saloon, que enseña volar a un pillo para ganarse el sustento en las ferias del Medio Oeste. Quien no aprende alguna lección en las páginas del Lazarillo es, sencillamente, un asno. El mismo protagonista termina doctorándose en las triquiñuelas del ciego y, después de un ardid digno de Ulises el mañoso, lo deja descalabrado en los soportales de uno de esos polvorientos pueblos de Dios. Puede que el cabrón del invidente lo mereciese, pero es el antecedente más lejano que conocemos del eterno desprecio que profesan los españoles a los educadores, bajo sentimiento que se sintetiza en una frase que ya usa Galdós en Fortunata y Jacinta: "pasa más hambre que un maestro de escuela". Como dijo el latinista Juan Fernández Valverde, esa frase nos debería avergonzar como sociedad.

Pues bien, no es difícil rastrear este antiguo menoscabo de la instrucción pública en la manera en que las autoridades nacionales y autonómicas han conducido la vuelta a las aulas tras el confinamiento y un verano en el que el virus ha sido el único turista. La pandemia, para desesperación de todos, ha vuelto a poner ante nosotros la imagen de una España jaranera e ineficaz, con mala prensa en las cancillerías y buena en las agencias de viaje, carne de tópicos y prejuicios. Vuelta a la leyenda negra. La frase "los bares abiertos y los colegios cerrados" es un inmenso paso atrás para un país que había conseguido hacía tiempo la ansiada normalidad europea. Y esta vez la culpa no la han tenido ni Juan Carlos I ni los genocidas de la Transición. España vuelve a mirarse en el espejo del fracaso nacional y sólo la prometida lluvia de millones europeos puede sacarnos de este nuevo bache. Pero antes vamos a tener que aprobar unos presupuestos que sean del gusto de Bruselas. No lo llaman oficialmente "intervención", pero no duden ustedes que lo es. Al camarero de Europa lo van a poner firme. Y nuestros niños, cada vez más burros y sin maestros de la altura del ciego del Lazarillo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios