El sábado fue el Día Internacional contra la Violencia de Género. Reclamo a parte de mi entorno que me ayude a escribir esta columna, que me cuenten lo que quieran sobre su visión personal del asunto. Hombres y mujeres de diversas procedencias, diferentes ocupaciones, distintas sensibilidades, de varias generaciones. Hay más ellas que ellos, ligeramente. Un espejo de nuestra sociedad. Éste es el reflejo.

Abre el fuego un varón. Dice que tiene un problema con la violencia de género, que se le da mucha importancia y a otras cosas, que son también importantes, no. Otro sigue la intervención: no está de acuerdo con la violencia, claro, cómo va a ser, pero tampoco lo está con que se aproveche su tirón para conseguir beneficios en otras movidas por algunas mujeres. Una de las que participan en la conversación dice que hay tías que se aprovechan y que eso le da tanto asco como la propia violencia machista.

Una de las mujeres mayores levanta la voz y dice que la clave clara es que, vosotras, mujeres, las que estáis aquí, no os dejéis maltratar. Otra dice allí que como muchos maltratadores se matan después de la agresión, que cambien el orden, que se maten ellos primero. Se terminaba antes, afirma. En general, no refieren el número de muertas que insulta nuestra convivencia. Casi todos parecen equiparar las agresiones reales con los de supuesto aprovechamiento de las leyes. Muchos y muchas señalan que la justicia está de parte de las mujeres. Tal cual. Son personas formadas, con una vida muy normal. Y piensan eso.

Otra sale diciendo que la violencia se ejerce con premeditación, implica poder sobre la víctima. Y, además, que hay un problemón gordo con los chavales jóvenes y las muchachas: ven comportamientos chungos con normalidad y no lo son. Parece que hablando de otros, se sueltan más: una dice que, al final, todo empieza con el control sobre la otra persona, sobre la mujer. Dice uno de los hombres que eso hay que cortarlo, que hay que tener...cojones. La mujer más mayor se acercó, huyendo un poco de la conversación, y me sugirió que pusiera en el papel que lo que falta en este país es educación.

Yo he decidido no juzgar lo que he escuchado. Quería reflejar qué se piensa por ahí, gente normal y corriente, buena gente además. Y hay lo que hay. Sospecho que la violencia machista se ha manoseado tanto y tan torpemente hasta convertir nuestra oposición formal en una posición políticamente correcta, en un eslogan quemado. Y, por supuesto, ellas siguen muriendo y sufriendo, pero no siempre son conocidas y cercanas, por fortuna. Y, entonces, duelen igual que los hombres sufridores del aprovechamiento de las desaprensivas. Tampoco los conocemos, pero ahora da lo mismo. Es un género de violencia. Nos hemos equivocado.

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