Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

El gigante despierta

En China no van de frente, sino de costado, nadando y guardando la ropa mientras su ejército no cesa de armarse

Me apasiona seguir la evolución de ese imponente país al que la prepotencia de occidente despreciaba de tal modo que le ha dejado hacer mientras que mirábamos hacia otro lado. El eurocentrismo nos puede tanto que acabó entornando los ojos mientras que los chinos los abrían y los ponían en África y todas esas partes del mundo repletas de materias primas que para nosotros ya casi ni existían. Cosas de la geopolítica que a la mayoría le importa un bledo hasta que no afecte a su bolsillo, su móvil, su ropa o su bocadillo.

De forma silenciosa pero muy metódica y ordenada se creó una ruta de la seda a la inversa y por tren que a diario trae de China hasta Alemania lo que haga falta (es deficitaria pero el gobierno chino la subvenciona, claro); han abierto puertos por media costa del Índico, ofreciendo trabajo e inversiones a cambio de control político; y, entre otras muchas cosas, están convirtiendo todo un país en una empresa pero sin las molestias de tener sindicatos ni reclamaciones ni absentismo so pena de cárcel.

El gigante milenario despierta. Y sólo ha hecho que empezar. De hecho, la legión de cachorros de las clases altas de occidente, los aspirantes a ser ejecutivos pijos, ya aprende chino y hace prácticas en Shangai, lo cual queda fenomenal de la muerte en los currículums.

Ellos tienen otra forma de hacer política. No van de frente sino de costado, nadando y guardando la ropa mientras su ejército no cesa en modernizarse y armarse.

Desde Estados Unidos algunos ya lanzan mensajes de alarma. Todavía sin excesivo eco, más pendientes aún del bruto-chulín de Putin que, bien mirado, no da ni para ganarle una guerra a Zelenski y los suyos. Y los chinos, entre tanto, poniéndose de costado con su sonrisa impenetrable y tan amigos.

Cada vez que veo a Xi Ginping en las noticias me recorre un escalofrío por el cuerpo. Nadie le rechista mientras que coloca cámaras de control facial y de temperatura corporal mientras pepersigue a los monjes del Tíbet o a las minorías incómodas. Y los domingos en los estadios ejecuciones de revoltosos para regocijo de las familias ya sin más religión que el consumo.

Esta dictadura perfecta atemoriza. Porque funciona y da bienestar. Y eso sí que adormece conciencias hasta dejarnos sin ganas más que de cambiar de canal.

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