Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

El gran poder

En cualquier espectro ideológico late la inclinación por las estructuras que lastran la toma de decisiones

Que la crisis del coronavirus haya delatado la incapacidad de las administraciones públicas a la hora de hacer frente a la epidemia es una evidencia que no admite mucha discusión. Pero siempre podemos afinar un poco más y advertir dos esferas bien diferenciadas en lo que a la misma Administración se refiere: tenemos, por una parte, los instrumentos empleados para la prevención, el diagnóstico y la reacción, conformados fundamentalmente por los profesionales en los que la susodicha Administración delega la actividad en el terreno, principalmente en el ámbito sanitario, pero también en otros como el educativo; y, por otra, el núcleo duro de la Administración en sí, a través del cual el poder político toma sus decisiones respecto a la otra esfera. Actualmente reconocemos (no es difícil) una primera esfera competente, abnegada y responsable, capaz de ofrecer las respuestas oportunas y de organizarse a la altura de las circunstancias para evitar el caos, pero que carece dolorosamente de recursos materiales y humanos para que esas respuestas sean suficientemente efectivas; mientras tanto, la segunda esfera, la del núcleo duro, consume cada vez más recursos e inversiones para quedarse en el rifirrafe electoralista, dejar en el absoluto desamparo a los profesionales y constituir poco más que un obstáculo.

No todo el orégano, claro, va a ser monte: necesitamos el núcleo duro de la Administración para, por lo menos, contratar al personal. Pero no deja de resultar sospechoso que el debate brille por su ausencia. Pablo Iglesias reclama el fin de la Monarquía, pero no aclara si lo hace con la intención de fomentar una distribución más razonable de los recursos, algo a lo que como vicepresidente del Gobierno tampoco parece muy aficionado; lo que sí tenemos, en cualquier espectro ideológico, es una inclinación por el poder grande, las superestructuras y las ramificaciones que convierten la toma de decisiones en una agonía con consecuencias bien conocidas (más de quince días de espera para conocer el resultado de un PCR), lo que constituye tal vez una herencia romántica de las peores manifestaciones del nacionalismo en el pasado siglo. Cuidado, no se trata de reducir la representación parlamentaria, como propone el populismo desde Italia, sino de reorganizar la Administración para facilitar el fin con el que fue creada: la llegada de los instrumentos precisos a los lugares donde son necesarios.

Es ahí, en la superestructura, donde el poder político ejerce su mayor lastre. Pero a ver si no cómo mantenemos la cadena de favores. Ya habrá vacunas, si llegan.

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