La esquina

José / Aguilar

Qué guasa de Whatsapp

28 de abril 2014 - 01:00

AHORA que nos habíamos acostumbrado a mandar y recibir correos electrónicos y casi no concebíamos una vida desprovista del dichoso e-mail (¿cómo nos hemos podido apañar sin ellos durante tantos siglos?), viene un nuevo invento, el Whatsapp, y lo deja obsoleto. ¡Qué guasa de whatsapp! Con esta vorágine de cambios constantes en las tecnologías de la comunicación a uno le entra complejo de dinosaurio en extinción.

El asunto es que de cinco años a esta parte se ha desarrollado y extendido una aplicación del teléfono móvil que permite una comunicación aún más instantánea que el e-mail. Se instala rápidamente, es barata y molesta menos que una llamada telefónica normal. Un pitido te avisa de que has recibido un whatsapp y con un breve tecleo puedes tú mandar otro. La comunicación es rauda y a gusto de los interlocutores. Nadie tiene que molestarse en contestar si no le interesa quien le llama.

Parece increíble, pero en estos cinco años la mensajería whatsappera se ha merendado a la del e-mail (del correo postal ni hablamos: es pura arqueología). Según el Estudio General de Medios, el 82% de los internautas utilizan cada día el Whatsapp, mientras que el correo electrónico ha bajado al 69% de los usuarios diarios de la red. Va ganando el Whatsapp por goleada en la comunicación personal, quedando el correo reservado al ámbito profesional. Hay casi 500 millones de personas whatsappeando en el mundo, y de ellas veinte millones son españolas. ¡Qué éxito!

Éxito que sin duda se basa en la enorme utilidad de esta tecnología, que rompe las barreras del tiempo y el espacio y hace posible una relación instantánea y directa entre individuos, pero que también se explica por la novelería y el borreguismo que se han impuesto en la sociedad contemporánea. Te sientes un bicho raro si no haces lo mismo que los demás, y rarísimo hasta lo patológico si tu familia y tus amigos whatsappean y tú pretendes quedar al margen y seguir llamando por el móvil y esperando que alguien lo coja.

Y no digo nada si eres un rancio imperturbable que alberga la absurda ilusión de hablar cara a cara a tus allegados o conocidos, dialogar durante la comida, conversar tomando un café o discutir con el antiguo apasionamiento español mirándoles a los ojos. Si están pendientes del aparato, lo más probable es que anden mandando un whatsapp. Y lo que es peor, quizás te lo mandan a ti mismo.

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