Tenemos que hablar

Dani García debería atender por su 'saloon' para revisarlo y no perder la esencia de su prestigioso nombre

Quise comprar un sueño. Se trataba de un sueño asequible porque es de esos por los que pagas al ser terrenales. En principio, semejante finalidad no depende de los espíritus ni de que los deseos lleguen a través de intensas oraciones a Jesucristo o la Virgen a cambio de un gran sacrificio como dejar de fumar. El objeto era algo simple dada la existencia de la rica oferta para conseguirlo. Quiso, nuestro capricho, celebrar la insólita Nochevieja del 31 de diciembre de 2020 en un restaurante cuya decoración fuera excelsa y con sublimes alimentos. Tras un exhaustivo barrido por los formidables restaurantes madrileños, fuimos descartando unos porque estaban cerrados, otros reservados para los casual days, y los de más allá con remordimiento. Hubo de superar el magnífico muro del convencimiento entre comensales que veían desproporcionado el precio. Ganamos el pulso adobando los argumentos con que esa noche alimentaríamos nuestro futuro con un recuerdo imborrable. El restaurante era bonito. Resultó frío, a pesar de su fantástica iluminación, que interpreté se debía a las grandes distancias entre mesas. Primero: lata de caviar Dani García. Una lata escasa, insulsa y seca con recuerdo de cangrejo en forma de cáscara que me vi obligada a escupir con exquisita elegancia ya que, o lo vertía en mi mano para depositarlo en el plato o terminaba cosiéndome a puntos la garganta. Ensalada César ordenada con pistachos y anchoas del cantábrico. Una lechuga iceberg, sin condimentos, sobre la que se adivinaba una anchoa dividida en seis desabridos hilos. Milhoja de foie y manzana. Intragable por empalagosa. Risotto de Cangrejo Real. La masa me recordó a aquellos vaqueros que, tras luchar contra los indios, encuentran en medio del polvoriento páramo una cantina donde una señora aprisionada bajo un corpiño de lazos cruzados les sirve un cazo con una masa indescifrable que desprenden contra el plato a base golpes. La torrija seca perdió en algún proceso el prometido empapado a chocolate blanco. Las uvas portadas en bolsa de cartón llegaban con el rabito puesto que, a falta de plato para depositarlos, quedaron sobre el mantel. Y como primer tema musical, después de las atrasadas campanadas, sonó el Sufre mamón de Hombres G. Toda una declaración de intenciones para 2021. 250 euros por barbilla. Quisimos comprar un sueño que resultó caro e inolvidable. Dani García debería atender por su saloon para revisarlo y no perder la esencia de su prestigioso nombre.

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