Félix Godoy
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A la feria del libro, me refiero. En este Sur y en estos días, al paso de las célebres oscuras golondrinas, se vienen celebrando en muchos pueblos y ciudades las ferias y festivales de los libros y las letras. De raíz, feria tiene mucho de festivo (feriarum, en latín: días señalaítos) y otro tanto de mercado "de mayor importancia que el común -dice la Real Academia-, en paraje público". Perviven en las ferias del libro, en desigual proporción (depende del caso), los componentes de ocio y negocio, de afición y oficio, de cifras y letras. En algunas principales de América, las gentes acuden en tropel y hasta pagan por entrar. Decenas de tornos cuantifican las almas que acceden al recinto estruendoso y enmoquetado. Hay quienes se admiran mucho de esto. Prefiero las nuestras, en el corazón de la ciudad, a plaza abierta, normalitas de bulla, al fresco o bajo la calima, donde el stand aún no suplanta al puesto, con sus carpas y carpillas donde algo quizá pueda hacerse o decirse. No hay ruido que haga bien al verdadero encuentro y la lectura, pero a veces he soñado con que las ferias del libro también tengan -con su circo de pulgas, tren de la bruja y caseta de tiros- su Calle del Infierno. O, al menos (¡ay, Max Estrella!), un Callejón de los Espejos.
Queda mucho por pensar, hacer y mejorar en las ferias del libro de nuestros pueblos y ciudades, suele comentarse. Conforme. Lo que habría que discutir es el propósito y la orientación de esos cambios. Hay quienes piensan que lo mejor es que haya muchas casetas, como si estuviéramos en Madrid, carteles con bastantes y grandes nombres, reclamos mediáticos que formen grandes colas. Hay quienes pensamos que es otro el signo y el giro. Que más vale una buena gestión de los establecimientos, que dé ocasión y lugar a librerías y editoriales del terreno (que las hay de mucho mérito); que más vale el sentido y el primor en la programación que la cultura del espectáculo y el Espectáculo de la Cultura; y que más nos vale -nos va en ello el sentido crítico y la verdadera cultura, que es la que se escribe día a día con minúsculas- que esté enfocada al verdadero encuentro con las letras y al provecho de los vecinos.
Sólo así, quienes hacemos de las letras vida y labor propia, acudiremos a nuestras citas en las ferias "temblando como un niño que comulga" -válgame Claudio Rodríguez-, y volveremos a casa alegres, sabiendo que el jornal ya está ganado, que algo realmente se ha movido. Y no es en vano.
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