Señalaba Albert Camus la obstinación entre las virtudes del buen periodismo. No importa tanto, venía a decir, que se insista en una determinada toma de postura, fundamentalmente porque quienes están al otro lado no son menos obstinados. El proyecto para la construcción del hotel del Puerto de 150 metros de altura sigue adelante, ahora con el visto bueno de la Junta de Gobierno Local y a la espera de que se pronuncie el Consejo de Ministros, último escollo en lo que ha venido a ser una carrera de fondo para la futura distinción de ganadores y perdedores. Y cabe, entonces, ser obstinados a la hora de recordar, otra vez, y las veces que haga falta, por qué este proyecto no debería llevarse a cabo. Y corresponde ser obstinados, insisto, porque las autoridades que desde el primer minuto han allanado el camino a la construcción de la torre no lo son menos: en este empeño, no han servido de nada los estudios que apuntan a la destrucción de un paisaje que contiene buena parte del protagonismo en lo que se refiere a la identidad histórica, urbanística y cultural de Málaga, ni los informes que desaconsejan la elevación dado su carácter irreversible. En tales términos se expresó la Unesco hace dos años, con consecuencias, ahora lo sabemos, nulas: la torre se alzará, salvo que lo impida el Consejo de Ministros, y ya no habrá nada que hacer. Merece la pena, ciertamente, reparar en el carácter irreversible de la operación: las mismas autoridades, así como buena parte de la opinión pública y los ciudadanos, consideran que la llegada de una inversión catarí de tal calibre se traducirá en la creación de puestos de trabajo y en una mayor proyección de Málaga como reclamo turístico internacional. Sin embargo, incluso si así fuera, la evidencia de que la torre de 150 metros seguirá estando haya turismo o no, haya negocio o no, en las vacas gordas y en las flacas, vengan otras pandemias o los extraterrestres de Alfa Centauri, debería bastar para hacer una reflexión antes de intentar ajustar la ciudad a unos moldes que no son los suyos ni tienen por qué serlo.

Que no haya vuelta atrás podría meternos entonces en una situación que hoy no imaginamos y de la que querríamos zafarnos en el futuro a cuenta de la torre. Pero también hay que subrayar que los inversores cataríes no vienen a regalar nada, sino a hacer negocio; cuando el negocio se estanque, se largarán y a ver que hacemos entonces con los 150 metros de altura. El problema es que esta ciudad es muy de recibir a los Reyes Magos por todo lo alto, pero basta remitir al jeque del Málaga para pedir más prudencia. El empleo que generará el hotel será el mismo que ya tenemos: estacionario en exceso y con escasas o nulas opciones de reinvención, tal y como ha quedado demostrado en esta crisis. ¿De verdad vale tanto la pena sacrificar un entorno medioambiental del que se podría presumir en todo el mundo para esto? Exactamente, ¿a qué precio se está vendiendo la ciudad y qué van a ganar los ciudadanos? Sí, seguiremos siendo obstinados. Este golpe bien lo merece.

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