Resultaba entrañable la decisión por parte de Elías Bendodo de fotografiar su desayuno y compartir la imagen en las redes. Se trataba de contrarrestar la ignominiosa sospecha que había vertido Alberto Garzón sobre la calidad saludable del aceite y el jamón con tal de darle la razón a los melindres europeos (nunca hizo Garzón semejante cosa, pero bueno; como diría Shakespeare, bien está lo que bien acaba) con una campaña tuitera, por derecho, con el pegadizo lema #yoaceiteyjamon. Y allá que salieron populares y afines, consejeros y portavoces, aliados y votantes, a hacer y compartir fotos de sus molletes y tostadas coronadas con la loncha bendita y el chorrito dorado, pues claro, qué se habrán creído estos comunistas de pacotilla, impostores mal comidos empeñados en gobernar a una cuadrilla de muertos de hambre. Si por ellos fuera no nos quedaría ni para unas gachas. Por no hablar de los fisgones europeos empeñados en restregarlo todo con mantequilla y en preñar de bacon hasta las magdalenas, a ver qué dicen los empollones de Nutriscore de semejante atentado. Nunca falla: nada con amenazar a la población con lo que los comunistas quieren llevarse por delante, aunque el honor a la verdad quede en ascuas, para que el respetable aclame al unísono. Casi inevitablemente cabía reparar en que la campaña orquestada por Bendodo venía a coincidir con las malas críticas cosechadas por el spot promovido por la Junta para la celebración del Día de Andalucía, un anuncio triste, seco, más apropiado para una clínica privada especializada en cirugía vascular y en el que las señas más reconocibles de la comunidad quedaban lamentablemente ausentes (negar estas señas para fulminar los tópicos viene a ser como cortar la cabeza para evitar los piojos: para esto, tampoco vale la pena celebrar el Día de Andalucía). Y es que, con todo este rollo del jamón y el aceite, Bendodo venía a dejar claro que, para andaluz, él. Al cabo, ¿qué hay más del sur que tan provechoso desayuno, a poder ser ibérico, con una pataíta? ¿Qué especie de institución europea de chichinabo salida de algún despacho apestoso iba a atreverse a conceder a semejante manjar la misma categoría que la mortadela de bote? ¿Es que estamos locos? Defender a Andalucía pasa por defender lo auténtico: el jamón, maldita sea. Por más que en Extremadura y en Salamanca también les salga de lujo. Pero qué sabrán ellos.

Identidades aparte, no puede haber mejor manera de empezar el día. Aunque estemos en Cuaresma, y que Dios me perdone, un jamón como el Susodicho manda merece ser objeto de dispensa papal inmediata para el Miércoles de Ceniza y los viernes corrientes. Si los de Moderna y Pfizer tuvieran dos dedos de luces, habrían buscado en las vetas más puras y mejor curadas la infalible solución para la inmunidad de rebaño: ahí no hay coronavirus que valga. Un servidor habría agradecido, en todo caso, que Garzón, al que vimos en un vídeo darle la vuelta a una tortilla vestido con una camiseta de la selección de fútbol de la RDA, hubiese contraatacado con una foto de su propio desayuno. Quién sabe, tal vez un sandwich de pastrami, una ensalada de frutas, una tostada con aguacate y quinoa o una tarta de manzana enfriada en el alféizar. Más que nada para que no quede como que los productos saludables como el jamón, y el jamón del bueno, qué puñeta, están al alcance únicamente de los señoritos del PP. Que aún quedan más de cuatro en plena batalla por echarle algo al pan por las mañanas.

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