El zoco

juan lópez cohard

Un lugar llamado inmundo

Perdonen que me cite pero es que en septiembre del año 2014 escribí un artículo con el mismo título que éste que escribo hoy y que, con ligeras variaciones en la redacción, que no en el fondo, me van a permitir que lo repita porque es la más palpable demostración de que la barbarie humana ni tiene remedio ni tiene fin, y la historia se repite y se repite, a veces como un calco. Decía esto por entonces:

“Parece que no hay forma de que Yahveh y Alá dejen de matarse en las inocentes víctimas de la franja de Gaza, donde han convertido sus reinos en un verdadero infierno. Que Dios, que tampoco se lleva bien, ni con ellos ni consigo mismo, les perdone.

Bajo la excusa del terrorismo de Hamas, que existe y es terrorismo, Israel usa y abusa de su extraordinario potencial económico, tecnológico y militar para masacrar a una población indefensa y desamparada que habita, si es que se le puede llamar así, hacinada en un pequeño territorio. Un territorio que ya de por sí es un infierno sin necesidad de colaborar a que el aire que se respira esté contaminado de fuego y metralla. En Gaza, los niños son amamantados con los biberones cargados de dinamita que les envían las tropas israelíes y se entretienen jugando a adivinar, por el sonido que hacen antes de estallar, el modelo de misil que surca el cielo. Las madres lloran mientras mantienen en sus brazos a ese hijo que es y fue al mismo tiempo, y los padres, impotentes viendo cómo se destruyen sus hogares y pierden a sus familias, cuando no su misma vida, sienten envidia de los muertos.

La ofensiva contra el fanático grupo de Hamas no tiene límites. Para acabar con un solo terrorista han de morir cientos de inocentes. Y el sentimiento humanitario tan solo se muestra utilizando alta tecnología militar, por eso los misiles israelitas son selectivos; sus objetivos están perfectamente definidos: edificios y ciudadanos de Gaza. Nunca yerran el tiro. Pero cada misil, ya sea lanzado por los israelitas o por los palestinos de Hamas o los libaneses de Hezbolá, esparce la semilla del odio a muerte de nunca acabar.

Entre tanto, en Ucrania se siguen matando sin que nadie sienta lo más mínimo de dolor o pena por las víctimas”. Ahora, en la actualidad, Ucrania ha pasado a un segundo plano, ya no está de moda esa guerra. La conciencia humana es así, cuando el terror es continuo y habitual deja de interesar y las muertes no tienen duelo. Rusia sigue machacando ucranianos y éstos siguen, en su legítima defensa, matando rusos. ¿A quién le interesa ya muerto más o muerto menos? Vuelvo al artículo de 2014: “Un verano que pasé en Cornualles, al suroeste de Inglaterra, donde sus enormes acantilados abren la puerta hacia el inmenso Atlántico dando fin a la isla, me quedé impresionado con los deformes, destartalados y escuálidos árboles de copa rala que pueblan sus tierras. Todos ellos se inclinaban hacia tierra adentro, como huyendo de los pavorosos monstruos que, según la mitología medieval, poblaban las aguas atlánticas. Huían, sí. Pero no de la ira del misterioso océano, ni de las impetuosas tormentas que les azotaban, ni de la tenebrosa niebla que todas las tardes eclipsaba al sol. Huían de nosotros, de los hombres. Porque nos hemos convertido en ciudadanos de un lugar llamado inmundo”.

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