La vida vista

Félix Ruiz / Cardador /

De 'malayos' y hombres

AL principio de todo fue Marbella, la Malaya, la costa. Los michelines generosos de Jesús Gil en plan adiposo y pionero, sí, y los tirantes infames del tal Muñoz, y los pelucones tintados de la Yagüe y la García Marcos, y el teatrucho pantojero y la gomina copiosa atusando el peinado a la raya del expelotero Tomás Reñones, que pasó de corretear por los campos a corretear por pasillos presidiarios. Parecía en principio, eso sí, un carnaval ajeno, más circense que nuestro, incluso divertido a su modo, y por eso tardamos demasiado en darnos cuenta de que Marbella era todo, narices; de que España casi que en su conjunto se había marbellizado a golpe de recalificación y golfería, fiestón que pocos se corrieron y muchos pagaron y que ahí queda ya para la historia de la picaresca y de la ladronería patria, tan basta. Toca ahora conformarse con la sentencia de ayer del Supremo, que al fin cierra este proceso inacabable, pero el reguero de desmanes que siguieron luego sí que permanece en los tribunales a la espera de que los jueces acaben por impartir algo de justicia entre tanto trilero y entre tanto caradura. Mucho trecho queda , mucho, para que la historia judicial de la España corrupta, que alcanzó su gloria depredadora en el boom económico, se cierre de algún u otro modo con la sensación de que aquello ya es tan sólo historia. Por ahora, el daño profundo sigue en el costurón abierto que ahora dibuja este país y lo peor es pensar hasta qué punto, bajo el secreto más celoso, no pocos todavía le dan vueltas a cómo en cuanto la cosa escampe podrán volver a las andadas para colocar la mecánica del poder al servicio de sus cuentas bancarias y de sus faltriqueras. Que algunos vayan a la cárcel, con penas que no son gran cosa en general, sino más bien ridículas en algunos casos, no parece suficiente impedimento para que otros lleguen con el ánimo de modernizar las fórmulas corruptas, que se mimetizan con el entorno con especial facilidad. El espíritu humano que alentó el abominable gilismo, que caló en los grandes partidos hasta convertirlos en la cosa tumefacta que hoy son, que asoló España, existe entre nosotros a fuego y no muere tan raudo, qué carajo va a morir si quien reina en la sociedad de arriba a abajo es el dinero y la más materialista ambición. Si la vida nos guarda seguro que veremos por estas mismas praderas a otros malayos correr que hoy quizá ni siquiera gatean. La corrupción del alma, sí, una cosa tan vil y, a lo Blas de Otero, tan fieramente humana.

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