Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La mirada sobre la mascarilla

Quién nos iba a decir que iríamos embozados por decreto hace apenas un año. Y que nos íbamos a acostumbrar a eso, y hasta a exigirlo a otros por miedo, por mero civismo e incluso con un pequeño afán de policía sin placa. La mascarilla ha obrado ciertos cambios en la forma de relacionarnos, porque su uso es esencialmente una forma de respeto a los demás. Pasaron los días de la etapa folclórica de la pandemia en que esta prenda de hospital fue objeto de modas, afirmación ideológica o recaudación para causas nobles, que se ha erigido en el baluarte de la contención del contagio. La prueba de su eficacia es que este año no ha habido gripe común, aunque puede que la soberanía del coronavirus tenga que ver con la ley del (virus) más fuerte: ecología de los microorganismos. Los gobiernos que eximieron de su uso -nórdicos, Alemania- confiaban con autocomplacencia en la frialdad de sus costumbres de calle y en un presunto principio de responsabilidad de sus ciudadanos. Otros gobernantes de corte populachero se cachondeaban de la mascarilla. Lo pagaron: el Covid-19 no entiende de vanidad ni de prepotencia; ataca y mata. La quirúrgica celestona, una o dos a la vez, o la más acorazada FFP2 que hace que los rostros recuerden a los de frailecillos de la costa irlandesa, han dado lugar a la mutación de pautas sociales, a un ingente mercado, a una partida extra en el presupuesto familiar.

Los ojos han cobrado relevancia. El resto de la cara ha decaído en los escaneados que nos aplicamos entre extraños cuando nos cruzamos en la calle o nos observamos de rondó esperando en un semáforo; los gafotas hemos luchado contra el vapor de nuestra respiración. Las peculiaridades de la boca y la piel o las dobles barbillas se han ocultado fuera del hogar, en la oficina, en las colas del estanco, en los autobuses holgados. Diría, sin mucha fe, que la universal y natural pulsión de escrutar el porte de los desconocidos ha cedido parte de su peso al contacto visual, sobre la mascarilla. Para los tímidos, la mascarilla ha supuesto una palanca para atreverse a mirar, a mirarse con otros a los ojos, el órgano de expresión potente. La mirada es la forma de hacer ver a otros, aunque sea fugazmente, nuestra alma, y tengo para mí que los intercambios de información sobre quiénes somos que se producen en estos días son más sutiles y refinados que los a cara descubierta, y por ello más sinceros. Dicen que la prenda nos acompañará mucho tiempo: optimista, apuesto a que no tanto. Mientras, nos miramos como nunca antes. A los ojos.

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