La ciudad y los días
Carlos Colón
Yo vi nacer a B. B.
EL título del presente artículo nos retrotrae a la famosa expresión de Alfonso Guerra cuando templaba a sus correligionarios y los advertía de que debían ser obedientes y evitar cualquier tipo de disidencia. Eran aquellos inicios de la democracia española donde los ciudadanos que entraban en política no tenían referencias sobre la libertad de elección de partidos y la riqueza y trascendencia del debate ideológico. Por ello, ante una orden del temido y venerado aparato, todos obedecían con premura y disciplina.
Pasada ya esa época, hoy los partidos tratan de ser bastante más abiertos y eficientes si pretenden llegar a un mayor electorado. Basta ver como aquellos alcaldes, candidatos o presidentes que no hace mucho ganaban por mayoría absoluta, ahora sueñan con poder obtener al menos un voto más que el segundo en liza. Se repite pues aquel famoso principio de Miguel de Unamuno cuando espetó a Millán-Astray: venceréis pero no convenceréis. De ahí que el mundo de las ideas y proyectos cobre hoy una singular importancia y la ciudadanía sea mucho más exigente a la hora de prestar su voto.
En las últimas elecciones municipales pudimos observar como las atropelladas inauguraciones de obras, el pago de favores o la convocatoria de plazas de funcionarios de última hora no convencieron a nadie. Las viejas políticas clientelares que no son paralelamente constantes en el tiempo, o aquellas que tratan de financiar a última hora cualquier cosa a riesgo de endeudar a la propia institución, solo derivan en los consabidos recortes en la siguiente legislatura y muestran la improvisación y la falta de proyecto sobre las que subyacen.
Curiosamente, en clara coincidencia con la elaboración de las listas electorales, se están produciendo muchas situaciones paradójicas en la política española que, presumiblemente, se irán incrementando hasta las próximas elecciones. Y es lógico que aquellas personas que no compartan una forma de dirigir las instituciones sepan dar un paso atrás y presentar su dimisión, porque también eso es una muestra de la libertad que la democracia nos ha traído. De esas acciones se derivará la riqueza de partidos y opciones que tendremos próximamente en nuestro arco parlamentario porque, como decía el diplomático y escritor Ramiro de Maeztu, la libertad no tiene su valor en sí misma: hay que apreciarla por las cosas que con ella se consiguen.
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