Mitologías Ciudadanas

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El muro de la vergüenza

Hace 30 años, caía como un soufflé mal hecho, el muro de Berlín. Cayó y se limpió de telarañas la oscura pesadilla que venía del este, donde afincaron los soviets, donde murieron los sueños de una hermosa utopía siempre por venir, regada con la generosa, la ardiente sangre justiciera de los mejores jóvenes. Sí, cayó el muro… y entonces supimos que los muros no solo separan, sino que contienen y sirven de freno a la locura, pues acabada la Segunda Guerra Mundial, y como forma de legitimación -entre otras razones- de los gobiernos capitalistas, "occidentales" (frente a los gobiernos que quedaban al otro lado del telón de acero), se produjo un aumento extraordinario de inversiones, tendentes a mejorar el bienestar de las clases populares, gracias a que parte del beneficio que obtenía el capital, en lugar de ser absorbido por el propio capital (para que los ricos fueran cada vez más ricos), fue reinvertido en los trabajadores, y así, un trabajador occidental -a pesar de vivir en un régimen capitalista que supuestamente lo explotaba y denigraba- vivía en unas condiciones materiales y sociales superior a las que se gozaban al otro lado del telón -donde supuestamente reinaba un estado socialista de derecho.

Pero cayó el muro, y ya sin esa contención, el capital transmutó, por inútil, su máscara de rostro humano y su política de guante blanco, dejando entrever la loca obscenidad del neoliberalismo: el nivel de beneficio aumentó para los ricos y las grandes corporaciones, mientras que las inversiones sociales cayeron drásticamente y las posibles pérdidas del capital fruto de la rapiña, de la codicia sin límites y de la gestión cortoplacista, la tuvimos que pagar entre todos. Por lo demás, una vez desmantelado el Estado del Bienestar, las posibilidades de negocio para las grandes corporaciones se multiplica: la sanidad, la enseñanza, las pensiones, toda clase de servicios públicos…, mientras la democracia (y su fe en ella) se debilita, los gobiernos se ven incapaces de controlar el destino de sus ciudadanos y la economía de las clases populares languidecen enfermas con la soflama insolidaria - ya Margaret Thatcher lo había advertido: " La economía es el medio, nuestro objetivo es el alma"-, de que también nosotros podemos estar entre los elegidos, basta con ser emprendedor (es decir, con arruinar los pequeños ahorros acumulados, ser insolidarios con otros trabajadores y con explotarse a sí mismo hasta la extenuación). El resultado es una sociedad de individuos traicionados, insolidarios, desmotivados y sin esperanzas en el futuro.

En estos días, han coincidido en nuestros cines tres películas que, de forma más o menos directa, se hacen eco de esta lacra. Joker (Todd Phillips, EEUU), Parásitos (Bong Joon-ho, Corea del Sur) y Sorry we missed you (Ken Loach, UK). Manufacturas y estéticas distintas, para dar cuenta de un mal común: el fantasma del neoliberalismo recorre al mundo y, a su paso, deja un rastro de destrucción, miseria, insolidaridad y locura. O sea, y nunca mejor dicho: el fin de la Historia. Hay que espabilar. No queda otra… Por cierto, las tres películas son más que recomendables.

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