Antes, dar los buenos días era como un mandamiento que había que cumplir. En mi pueblo las abuelas se lo daban hasta a los presentadores que salían por la tele. Salía por ejemplo Matías Prats padre y decía buenos días y mi abuela le contestaba: “Buenos días nos dé Dios”. Al abuelo de mi amigo Manuel Gualda le llamaban en el Padul Joseíco buenos días debido a que saludaba a todo el mundo cuando salía a la calle. También en mi barrio está Paco, que se sienta en una plazoleta y grita a todo pulmón el ‘buenos días’ a todos los vecinos que pasan por la plaza. Ahora las únicas que saludan son las máquinas del tabaco y las alexas esas que te ponen la música que quieres. Nuestra generación cada día menos practicamos eso de dar los buenos días. Es muy raro que alguien que pase por tu lado y te salude. Yo suelo hacerlo a primeras horas de la mañana, cuando más necesitamos ser personas. Es una costumbre que no quiero perder y trato de que no me invada el desaliento cuando alguien no me contesta (normalmente no me oyen porque tienen los oídos anestesiados por los auriculares) o me mira como expresión de ¡este quién se ha creído que es! Pero es que la generación que viene aún la practicará menos. No es cierto que yo sea un tiranosaurio rex, como quieren hacerme creer los jóvenes. Al menos no creo que lo sea en todos los sentidos. Pero reconozco que muchas cosas de antes me gustan más que las de ahora. No sé exactamente con qué disfrutan los jóvenes de hoy. Los veo muy entusiasmados siempre pendientes de la lo que les dicen por la pantallita y no protestan porque se cierre un cine o una biblioteca, no les interesa casi nada que no esté en su teléfono móvil. Tienen siempre sus ojos imantados a las pantallitas. Aunque muchos adultos también. Pero tampoco es para quejarse: es lo que hay. Si yo fuera ahora joven lo más probable es que también me hubiera divertido así. De lo poco que me arrepiento en la vida es de no haber podido aprender a cantar. Canto fatal. Alguna vez me he creído que lo hacía bien, como cuando una noche le dije a mi nieto pequeño que le iba a cantar una nana para que se durmiera. Mi nieto me rompió todos los esquemas cuando, a mitad de mi nana, me dijo: “No cantes más, abuelo, que ya me he dormido”. En fin, buenos días.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios