Los narcos sí son terroristas

14 de noviembre 2025 - 03:08

El narcotráfico no es solo un negocio criminal: es un dispositivo de intimidación que degrada barrios, corrompe instituciones y somete a la ciudadanía. Cuando bandas que controlan rutas y puertos emplean violencia para doblegar a los poderes públicos y asegurar ganancias, hablamos de conductas equiparables al terrorismo por su finalidad coactiva, aunque su bandera no sea ideológica sino la del dinero. La diferencia con el terrorismo “clásico” no debe ocultar la esencia: el narco busca condicionar decisiones del Estado y alterar la vida colectiva mediante el uso del terror. Las embestidas a patrulleras, los atropellos a agentes, las amenazas a testigos, los sicarios y la colonización de economías locales no son “delincuencia común”: son un asalto al orden democrático.

En Estados Unidos, la respuesta se formula con contundencia estratégica. La idea de tratar a los cárteles como organizaciones terroristas y de proyectar fuerza más allá de las fronteras es discutible en términos de soberanía y derecho internacional, pero transmite una verdad operativa: quien emplea métodos terroristas recibe un tratamiento de máxima prioridad, sin ambigüedades políticas ni burocráticas.

España no puede resignarse a la impotencia. Málaga, la Costa del Sol y el Campo de Gibraltar conviven con rutas logísticas globales que el crimen explota con audacia. Cuando guardias civiles y policías se concentran en Málaga para denunciar que combaten “en un seiscientos contra ferraris del mar”, no exageran: reclaman medios, coordinación y reglas que devuelvan la iniciativa al Estado.

La respuesta debe ser integral: reforma penal que agrave las conductas narco orientadas a coaccionar a poderes públicos; extinción de dominio ágil; inteligencia financiera sobre efectivo, cripto y testaferros con fiscalías y juzgados reforzados; y supremacía operativa (SIVE y satélite drones, lanchas rápidas, chalecos y cascos modernos), mando único Guardia Civil-Policía-Aduanas y controles en puertos deportivos; cooperación real con Portugal y Marruecos.

Nada de esto funcionará sin cultura cívica. Tolerancia cero ante la narcoestética que trivializa el daño, protección efectiva a quienes denuncian y una pedagogía social que desactive la fascinación por el dinero fácil. Málaga no es retaguardia: es frente. Si asumimos que el narcotráfico practica terrorismo social, corresponde responder con la misma claridad: ley, medios y coraje para que el miedo cambie de bando.

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