Joaquín A. Abras Santiago

Los nombres de las calles

El duende del Realejo

Aún desapareciendo muchos oficios, las calles donde estaban los talleres constituyen el recuerdo

Tienen, incluso, una denominación concreta y académica. Se les llama "odónimo" y nace de la contracción de dos palabras de origen griego: "odos", significa camino y "ónoma", que significa nombre. Es decir que un "odónimo" no es sino el nombre de un camino, de una calle, de una avenida o de una vía geográfica de comunicación.

En algunos lugares se ha venido teniendo la fineza de denominar las calles, plazas y parques de manera que, además de honrar la memoria de destacadas personalidades en las ciencias, las letras, las artes u otros aspectos de la vida cotidiana, el conjunto puede llegar a constituir toda una historia colectiva, cuya memoria no se desea olvidar. Hay en Granada, por ejemplo, un barrio llamado de Los Periodistas y cada una de sus calles, que confluyen en una plaza central -que tiene el nombre de la Asociación de la Prensa- están rotuladas con el de todos y cada uno de los articulistas que, en 1912, se reunieron para crear dicha asociación.

Los nombres de las calles reciben, asimismo, el de los colectivos o gremios de antiguos oficios, algunos hasta desaparecidos, como pueden ser los de los toneleros, plateros, tundidores, tintoreros, zapateros, etc. Y aún desaparecidos algunos o muchos de esos oficios, las calles donde estaban asentados sus talleres o establecimientos, aún conservan los nombres y constituyen de ese modo el recuerdo histórico de unas u otras actividades profesionales.

Todos sabemos que hasta la denominación de singulares hechos históricos, que claramente han significado en importancia la historia de una nación, provincia o localidad, también han sido y son merecedores de nominar calles o plazas, como es el caso, por ejemplo, de Trafalgar, Lepanto o Dos de Mayo. En general son nombres que forman parte de nuestro acervo cultural y a nadie, con ellos, se pretende molestar o señalar negativamente. En el centro de Granada -ya que empleamos esta preciosa ciudad como ejemplo- hay una plaza llamada, desde tiempo inmemorial, Placeta del Negro y es que popularmente se le acortó la nominación, pues se refiere al negro Juan Latino, ilustre y sabio catedrático del siglo XV, de la Imperial Universidad.

El problema suele suscitarse, casi irremediablemente, cuando a una vía pública se le da el nombre de algún político o circunstancia o hecho con ese mundo relacionado. Entonces es cuando surge el embolado, el dilema y muchas veces hasta el trance, el compromiso e irreconciliable enfrentamiento. Ahí, ¡cuidado!, surgen las dos Españas, que se yerguen en peligroso lance, entre la sombra del garrote y el brillo amenazante de la navaja. Y es que somos así. ¿O no?

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