Voces de papel

Magdalena Martín / Mmartin@malagahoy.es

El olor del ladrillo

EN días pasados algo olía a podrido en la recién inaugurada Ciudad de la Justicia. Y en esta ocasión, el hedor no era metafórico sino real. Cualquiera que haya comprado una casa sabe lo fácil que es encontrarse un cadáver en el armario y el goteo de vicios y defectos ocultos de los que adolecen las obras nuevas. La diferencia radica en que hablamos de una con un coste aproximado de 67 millones de euros y por la que pasan cada día 4.000 personas. Es curiosa la relación que los ciudadanos hemos desarrollado con respecto a las obras e instalaciones de titularidad pública. No sentimos como nuestros los jardines, las aceras o las plazas, en donde se birlan macetas, se escupe o se destroza el mobiliario, pero con frecuencia manifestamos un recelo encubierto, cuando no una desconfianza total, respecto a la honradez, la eficacia y el gusto de los responsables de ejecutar dichas obras, desde el constructor al arquitecto.

En tales ocasiones el olfato popular mezcla en un cóctel explosivo simpatías o antipatías políticas o personales con opiniones sobre aspectos técnicos o estéticos. El progreso que ha supuesto la apertura de la Ciudad de la Justicia es espectacular en comparación con el viejo Palacio Miramar y especialmente notorio en cuanto a la dignificación del trabajo que se realiza en el Instituto de Medicina Legal. Que todo es mejorable y que hay y pueden surgir fallos en sus instalaciones no ofrece discusión, pero carece de lógica que incidentes menores desemboquen en conato de trifulca institucional. De sabios es rectificar y la Junta lo ha hecho, poniendo los medios técnicos para reparar las fugas en los circuitos de aire acondicionado y ventilación, y además ahí siguen los sindicatos, siempre vigilantes, para denunciar cualquier atisbo de riesgo sanitario.

Dicho lo cual, podemos entrar de lleno en el meollo de la cuestión que no es otra que el capítulo de elogios y quejas sobre el diseño y la funcionalidad que la apertura de la Ciudad de la Justicia ha provocado, no en vano todo español lleva dentro un seleccionador de fútbol y un arquitecto. Algunas opiniones son tan sencillas e irrebatibles como la del ex decano del Colegio de Abogados José María Davó, para quien la de la justicia es una ciudad incompleta porque carece de jardines, quizás para no desentonar con el vecino campus universitario, que de tan sólo tiene el nombre. Otras tienen que ver con la creencia de que la estética debe subordinarse a la ética, lo que ha llevado a cubrir cristales y oscurecer claridades para salvaguardar los derechos de víctimas y acusados. Doctores tiene la Iglesia, pero para evitar éstos y otros problemas cabe una ingenua sugerencia: que los arquitectos, como los reyes de los cuentos de antaño, se disfracen de plebeyos y pasen una semana antes de presentar el proyecto y otra después de entregar la obra con quienes trabajan, viven y huelen sus edificios.

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