La paradoja de Popper

Vargas Llosa es un magnífico escritor, pero eso no implica que sea un modelo a seguir en otros asuntos

El problema de invitar a la convención nacional de un partido a personalidades que ya van de vuelta hasta de su propio país es que es imprevisible saber por dónde te van a salir, y una vez que han salido por peteneras, nadie se atreve a llamarlas al redil. Vargas Llosa es un magnífico escritor, pero eso no implica que sea un modelo a seguir en otros asuntos. A la vista de su reflexión sobre la importancia del voto en libertad en las elecciones, hay que concluir que, como poco, sus teorías políticas las explica mal.

Según el escritor, en unas elecciones, más importante que votar en libertad es votar bien. Que es sinónimo de votar lo que él piensa. Matiz arriba, matiz abajo, tres cuartos de lo que pensaba el difunto Ceausescu y triste legado para quien pretendió presidir su Perú natal y ahora da clases a su España adoptiva sobre cómo debe votar. Son las ventajas de ser un personaje universal que ha sufrido en sus propias carnes la experiencia de la derrota electoral a manos del populista de derechas Alberto Fujimori. Lo que sin duda fue un claro error del pueblo peruano en el libre ejercicio de su derecho al voto. El Nobel escritor podía haber intentando elevar el nivel dialéctico de la convención reflexionando sobre los riesgos que entraña que los sistemas democráticos y libres otorguen el poder a lideres o partidos autoritarios o dictatoriales. Podría haber ilustrado su preocupación con el caso del ascenso al poder el partido Nazi en la Alemania de entreguerras y el auge de la ultraderecha en Europa. Problema más cercano que el de los populismos de izquierda, o de derechas (véase Brasil), hispanoamericanos. E incluso, desempolvar la Paradoja de Popper, preguntándose en qué punto se debe fijar el nivel de intolerancia frente a la que no queda más remedio que ser intolerante para preservar la libertad. Lo que habría matizado su desafortunada frase, que, enunciada sin más y en la convención de un partido político, solo puede interpretarse como una legitimización del proceso en función de los resultados. Primer paso para que cualquier país llegue a las manos.

Yolanda Díaz le ha contestado replicándole que su voto vale igual que el de cualquier mujer. Y se ha equivocado. El escritor no distingue entre géneros, sino entre quienes votan como él y quienes no. Que lo haga la ministra solo sirve para errar el análisis, desunir las propias filas y alimentar la intolerancia.

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