Pegarse un tiro en el pie

24 de mayo 2025 - 03:07

Algunas de las últimas actuaciones del presidente de los EE.UU., dada su cercanía con la Asociación Nacional del Rifle, son más propias de pegarse un tiro en el pie que de un gobernante que se precie. Su última resolución para impedir que los alumnos extranjeros puedan recibir formación en la prestigiosa Universidad de Harvard es tan absurda que deberían surgir voces desde su propio equipo de gobierno para que fuera reconsiderada, pero ¿quién le pone el cascabel al gato?

Cuando un presidente norteamericano decide enfrentarse a una institución fundada 150 años antes que los propios EE.UU. debe medir bien las consecuencias. Harvard es, actualmente, la universidad mejor valorada del mundo, y eso no se hace de la noche a la mañana. Su modelo basado en una gestión rigurosa, millonarias donaciones de sus antiguos alumnos y una importante labor de internacionalización de sus enseñanzas, junto a un nivel investigador y emprendedor formidable, hacen a esta universidad privada merecedora de su posición. Por eso las retiradas de ayudas gubernamentales apenas hacen mella en su actividad rutinaria. Para una organización que gestionó en 2024 fondos por un valor de 53.200 millones de dólares, el recorte aplicado por Trump de 2.650 millones no parece crítico.

Pero los EEUU son un país que ha sabido siempre captar el talento. Basta con dar un paseo por las instalaciones de la NASA en Cabo Cañaveral para observar la serie de llamamientos, en cualquier idioma, a ingenieros, matemáticos o físicos para trabajar con ellos. Han sido, son y serán un país de oportunidades para propios y extraños, a no ser que las mentalidades ultranacionalistas cambien su destino. Los estudiantes extranjeros de Harvard han sido fundadores de muchas de las empresas innovadoras que tanto enorgullecen a los estadounidenses y que, evidentemente, si no se sienten queridos irán a países más hospitalarios. Porque exigir que esos alumnos tan brillantes y esa legión de premios Nobel solo deban estudiar o investigar, pero sin pensar ni expresar sus ideas, es de un totalitario que recuerda a otros regímenes poco democráticos y más bien de pensamiento único.

Finalmente, toda esta desorganización de aranceles oscilantes y leyes cambiantes empieza a no tener el mínimo sentido. Porque, como bien decía el filósofo alemán Arthur Schopenhauer: “No hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige”.

stats