El balcón
Ignacio Martínez
Sin cordones sanitarios
Hoja de ruta
UN amigo mío, que conoció a José Ignacio Wert hace más de 20 años, no lo reconoce. Entonces le pareció un hombre inteligente y liberal, con sentido del humor. Este ministro de Educación y Cultura tan castizo y duro conservador le parece otra persona. Su última hazaña ha sido compararse con los toros bravos, que se crecen con el castigo. ¿Las personas cambian tanto? Es el ministro peor valorado del Gobierno. Aunque en España, por desgracia, los ministros de Cultura están cerca del farolillo rojo y los del Interior acostumbran a ser de los más valorados, no importa quiénes sean los titulares o su color político. Lo que es un síntoma que retrata a este país.
Ha planteado Wert una reforma educativa en la que hay propuestas audaces y otras de escasa bravura. Entre las primeras está el nuevo sistema de acceso y de carrera para el profesorado. También la nueva Formación Profesional por el modelo alemán, de prácticas en empresas. Aunque para eso tendrá que contar con los empresarios, a ver si ponen el mismo dinero que sus colegas teutones pagan a los aprendices. Ha llamado mucho la atención el blindaje del castellano en las regiones con lengua propia. El pulso que libra desde hace meses con Cataluña es el que anima al ministro a presumir de su bravura taurina.
Y aprovecha la coyuntura para eliminar la Educación para la Ciudadanía, que tanto inquietaba a la Iglesia católica, e imponer la enseñanza de religión con dos alternativas: valores culturales y sociales en primaria y valores éticos en secundaria. El presidente de la Junta ha criticado que se pongan la religión y la Constitución en el mismo nivel. Comparto el criterio. La religión ha sido tradicionalmente una de las asignaturas marías, como la gimnasia, a las que no se concedía valor académico. La catequesis debería hacerse en iglesias, mezquitas o sinagogas. Pero la Iglesia no sólo exige religión en las escuelas, sino que además reclama que tenga rango académico.
Hace cinco años Nicolas Sarkozy definió la laicidad positiva como aquella que no considera a las religiones un peligro. Francia, el Estado laico por excelencia, tiene una separación radical de la Iglesia y no permite que se enseñe religión en su escuela pública. Esa razonable tolerancia enunciada por el presidente francés no siempre la practica la cúpula eclesiástica española en sentido contrario. Podríamos acuñar un concepto similar, la religiosidad positiva, como aquella que no considera a los Estados democráticos un peligro. No se entiende de otro modo la pretensión de que una asignatura que enseñe valores constitucionales y derechos humanos sea un adoctrinamiento ideológico intolerable en las escuelas. Planteamiento que además es perfectamente contradictorio con la ambición de tener el monopolio de la educación moral (y religiosa) en el sistema público de enseñanza.
El ministro en este punto se pone más pío que bravo. Y poco positivo.
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