Política ‘low cost’

14 de marzo 2025 - 03:07

La política española ha sufrido un proceso similar al de ciertos productos comerciales: mantiene el envoltorio atractivo y el precio, pero ha reducido drásticamente su calidad. En términos económicos, esto se llama “shrinkflation”, ese fenómeno en el que una tableta de chocolate sigue costando lo mismo, pero pesa menos y tiene más aire que cacao. En el ámbito político, nos enfrentamos a una versión empobrecida de la democracia que nos vendieron en la Transición.

Hace cuarenta años, la política en España estaba marcada por líderes con altura intelectual, capacidad de negociación y sentido de Estado. No eran perfectos, pero se sentaban en el Congreso personas como Adolfo Suárez, Santiago Carrillo, Manuel Fraga o Felipe González, que, con todas sus diferencias, tenían en común una visión a largo plazo y una vocación de servicio público. Pactaron una Constitución, arriesgaron su prestigio y, en muchos casos, su propia vida en un momento donde la política no era solo cuestión de imagen, sino de contenido y responsabilidad histórica.

Hoy, en cambio, lo que tenemos es una clase política fabricada en serie, donde el mérito ha sido sustituido por la fidelidad al aparato del partido y la capacidad para repetir eslóganes sin pestañear. Los debates han dejado de ser el espacio donde se confrontaban ideas con argumentos sólidos para convertirse en un concurso de frases efectistas diseñadas para convertirse en “trending topic”.

En el Congreso, lejos de la brillantez de los discursos de la Transición, asistimos a sesiones parlamentarias que parecen peleas de tertulia televisiva. Insultos, descalificaciones y una estrategia basada en la polarización, donde el adversario no es alguien con quien se puede negociar, sino un enemigo al que hay que destruir. En lugar de estadistas con visión, tenemos políticos que viven obsesionados con los “likes” y el impacto de su última ocurrencia en redes sociales.

A nivel de gestión, el fenómeno es el mismo. Nos siguen cobrando impuestos como si tuviéramos servicios públicos de primer nivel, pero la realidad es bien distinta. La sanidad pública está en estado crítico, con listas de espera que convierten en un lujo el derecho a la salud. La educación se ha convertido en un campo de batalla ideológico en el que cada gobierno cambia las leyes sin preocuparse por el nivel académico de los estudiantes. La seguridad y la justicia están infradotadas, con jueces y policías trabajando con recursos insuficientes mientras los políticos discuten si la ley debe aplicarse o reinterpretarse en función de su interés.

España no necesita más marketing político ni más líderes de cartón piedra. Necesitamos volver a una política de calidad, con dirigentes que no solo sepan gestionar sus redes sociales, sino que sean capaces de gestionar un país con la seriedad que merece. Como en cualquier otro ámbito, si seguimos aceptando productos mediocres, nos seguirán vendiendo envoltorios bonitos con contenido decepcionante. La democracia de la Transición tenía defectos, pero al menos no nos vendía aire dentro de un envase dorado.

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