HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

La promiscuidad

Hemos estado atentos al resurgir de la promiscuidad. Tras la muerte de Franco la sexualidad promiscua dejó de ser un frente de protesta y no había, por tanto, que acostarse con nadie que no apeteciera para no parecer estrechos. En vida del invicto hubo un frente cultural y otro sexual. Nunca se ha conocido, según testimonio de nuestros abuelos, más permisividad sexual que con Franco. Era permisividad y tolerancia, no incitación. Contra Franco se ligaba más, y no porque fuéramos más jóvenes, sino porque el ambiente favorecía la trasgresión para salirse de la hipocresía de las pequeñas ciudades. Franco fundó una dictadura tradicional, no un totalitarismo, y la sexualidad de los españoles no era algo que le quitara el sueño. Como es suponer, y sin ánimo de soliviantar a los progresistas, la trasgresión se daba sólo en determinados niveles sociales y culturales. El pueblo seguía por donde siempre.

Las últimas comunas iban camino de la delincuencia y terminaron mal. Los que todavía pensaban en una sociedad donde las mujeres, no los hombres, eran de todos, y los hijos, hijos de todos, y la pusieron en práctica, no acabaron bien. No se pretende rescatar las fracasadas comunas, pero sí incitar a la promiscuidad por parte de unas autoridades socialistas que se compran casas suntuosas y ponen a sus hijos en colegios de élite. Deben saber que el futuro no pasa por la mala educación. La sensación de libertad que a los adolescentes les da la promiscuidad sexual, el poder emborracharse en la calle hasta caerse y maltratar a sus padres, es real hasta que acaba. Y acaba pronto. Los políticos irresponsables fomentan esa idea estrecha de libertad que dejará a los jóvenes con las manos vacías y la mente huera antes de cumplir 30 años. El peor peligro para una civilización no viene de un enemigo exterior, sino de su propio desgaste.

Las autoridades saben que la promiscuidad no es una fiesta sino una fuente de sufrimiento, de enfrentamientos internos y de insatisfacción. Los padres son los que deben elegir, en el caso de asuntos conflictivos, no los gobiernos, el tipo de educación que reciben sus hijos. Cuando no se daba educación sexual oficial, la sociedad daba por supuesto que la iniciación se producía, porque siglos y generaciones lo habían hecho así y el resultado general no era malo. Enseñar no es educar: se enseña a pilotar un avión, pero se educan los instintos humanos para no vivir en la selva. Sólo desde una política de vocación totalitaria se rompen los frenos de los instintos para debilitar a la sociedad, que de ese modo se cree más libre y es más fácil llevarla a servidumbres forzadas. Heredamos el concepto romano de familia y lo habíamos mejorado. No se trata ahora de empeorarlo o de inventarse otro. Si el Estado se encarga de una educación propia de la familia desde tiempos remotos, el resultado no puede ser sino una sociedad envilecida.

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