Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
El veranillo de San Miguel me desquicia. Será porque tengo mucho de membrillo. Desde agosto vemos en los escaparates los nuevos colores de la moda de invierno. Son tonos de películas de la guerra fría. Gris, negro, marrones profundos y azul eléctrico. Colores de posguerra. En efecto la hay. Los efectos psicológicos de una pelea constante y a veces no sabemos contra qué, ni quién. Hay quien lucha por el cambio climático, porque se convoquen nuevas elecciones, por el conflicto de Israel y Palestina o todo junto meneado en un coctelera de manifas al ritmo de batucada. Hemos pasado del activismo cibervago en las redes sociales de los insultos a tomar la calle a la hora del aperitivo dando la brasa con los bongos. Ayer sábado recién saliendo de compras mañaneras topo con un monumental tranque y me temía lo peor. Falsa alarma, un vehículo clásico se había cascado cerca del Paseo del Parque. Un par de horas después al regresar de hacer los mandados en el otro extremo de la ciudad de pronto otro atasco. En esta ocasión era por lo de liberar a los galeotes de la flotilla de Gaza y tal. Derechos humanos. También los tienen los pequeños comerciantes que el sábado nivelan el balance que les está comiendo el comercio electrónico. Es lo que se observa cuando vas de exploración fuera del vecindario para evitar las obras con miniexcavadoras, socavones y polvo que padecemos como plaga de termitas.
Casi toda Málaga está agujereada como un queso comido por las ratas que haberlas haylas. Total que van a conseguir lo de la ciudad de los 15 minutos por pura desesperación. Que no te muevas del barrio. Puedes saber a qué hora sales de la madriguera pero siempre te queda la incertidumbre de lo que tardarás en regresar atrapado en el paradisiaco tráfico circules en moto, coche, bici o bus o tuk tuk, ese invento demoníaco que también nos amarga la vía. Lo mismo que sucede con el veroño, estamos atentos al advenimiento de la rebequita y el sofoco sigue. El ambiente huele a chamuscado. Y no me refiero a los grados que marca el termómetro, sino a la crispación, la mala uva y enfado por lo que sucede en la política local, regional, nacional y mundial. Esto es un sindios, un absurdo que nos tiene acongojados con el futuro de una guerra de religiones en estos tiempos de occidentales descreídos.
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