Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Un cura en la corte de Sánchez
Cuando Óscar puente dio la réplica a Feijóo en su intento de investidura diciéndole: “señor Feijóo, de ganador a ganador”, poco podía imaginar que hoy Puigdemont lo parafrasearía con la misma sorna al indicarle al presidente de gobierno: “señor Sánchez, de subcampeón a subcampeón”. Está claro que las palabras, como las armas, las carga el diablo, pero que inoportunas parecen ahora aquellas soflamas ridiculizantes del actual ministro de transporte.
Los resultados electorales hacen prever tiempos desconcertantes. El PSOE tiene tanto derecho a reclamar la presidencia del gobierno catalán como la tuvo el PP deseando el gobierno de España. El problema es que, en ambas situaciones, hay que lograr los apoyos, y los escenarios no pueden ser más similares. Porque, aunque la amnistía y los acuerdos en el extranjero bastaron para lograr la investidura en su momento, ahora la factura se antoja mucho más cara, es más, puede ser impagable. Negociar con alguien que tiene poco que perder en estos momentos es terrible, porque sus ansiar de poder le han vuelto insaciable. Y la paradoja es curiosa: si le das la amnistía vendrá a quitarte el poder, y si no se la das, también te lo quitará.
En el camino algunos empiezan a abandonar el barco. La reacción de Lambán en Aragón, tras imponerle el aparato una candidata europea a regañadientes, no se ha hecho esperar. Su abstención en el voto sobre la ley de la amnistía lo ha dicho todo y ahora se imponen los castigos aleccionadores antes que se abran más vías en el casco. Pero la pérdida tan agresiva y progresiva de poder territorial es muy difícil de atajar, sin una estrategia inteligente e ilusionante, y ahora mismo nadie tiene la calma necesaria para reflexionar algo más de cinco días y redirigir el rumbo de la nave.
Escorar tanto un partido hacia la izquierda y ahora tratar de centrarlo de nuevo no es tarea fácil. Ese centro ya ha sido conquistado por otros, tras la desaparición de Ciudadanos, y van a ser las elecciones europeas las que van a medir hasta donde afecta la perdida de centralidad. Un partido de gobierno tiene que apostar tanto por valores de izquierda como de derecha, por lo que cabe pensar que alguien se dará cuenta de la necesidad de ampliar su base social. El problema es que cada día hay menos ganas de empujar al equipo y, como decía Benjamín Franklin, “La pereza viaja tan despacio que la pobreza no tarda en alcanzarla”.
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