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EL 5 de Marzo de 1946, en Fulton, Missouri, se había reunido una gran multitud en el Westminster College para escuchar a Winston Churchill -ya ex primer ministro británico-, en un discurso muy esperado por la opinión pública ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos en el este de Europa.
Un año antes, entre el 4 y el 11 de febrero de 1945, las potencias aliadas, virtuales vencedoras de la guerra contra Alemania, habían acordado en Yalta que en los países liberados del este de Europa, inmediatamente después de su estabilización, se celebrarían elecciones democráticas, en las que sus respectivos pueblos pudiesen decidir libremente su futuro.
Los planes reservados de Stalin, sin embargo, desde el mismo momento de la firma de ese compromiso, eran muy otros. Inmediatamente después de su liberación, se produjo en países como Hungría, Checoslovaquia o Polonia una infiltración masiva de agentes comunistas al servicio de la Unión Soviética con el mandato de hacerse con su control político. El esquema empleado fue muy similar en todos los casos. Elecciones libres que perdieron unos partidos comunistas que eran residuales frente a los partidos de la moderación, gobiernos de concentración en los que -craso error- se dio a los comunistas el control de Interior, Defensa y medios de comunicación y, finalmente, terror político, utilizando los medios del Estado, que se habían puesto a su disposición, para hacerse, en el entorno de 1947 y mediante el uso de la coacción y de la fuerza, con su control totalitario al servicio de sus amos soviéticos, un control brutal que se extendería durante toda la segunda mitad del siglo XX y que llevó la opresión, la injusticia, la iniquidad y la ruina material a media Europa.
Pues bien, cuando esta operación comunista estaba en marcha pero todavía no se había consumado, se dispuso Churchill a dirigirse al mundo por radio desde esa pequeña localidad del centro de Norteamérica. En un discurso memorable y premonitorio que ha pasado a los anales decía Churchill: "Desde Stettin en el Báltico a Trieste en el Adriático, un telón de acero ha descendido sobre Europa, detrás del que se encuentran las capitales de los antiguos estados de Europa Central y Oriental. Allí, a los partidos comunistas que eran muy reducidos, se les ha otorgado un poder muy superior a lo que representan y están procurando hacerse con un control totalitario en todas partes". En vista de lo cual, apremiaba Churchill a los pueblos libres del mundo a aprestarse para combatir unidos con todos los medios a la bestia comunista que pretendía hacerse con el control absoluto de Europa. El discurso tuvo una gran repercusión y es señalado históricamente como el inicio de la Guerra Fría que terminó, como todo el mundo sabe, con la derrota total de la Unión Soviética y sus satélites comunistas el 9 de noviembre de 1989, tras la caída del Muro de Berlín.
Como en su día Churchill, son muchas las voces que advierten -advertimos- hoy en día en España sobre la peligrosísima situación en la que nos encontramos. La crisis económica brutal que hemos vivido, con su reguero de ansiedad, desesperación, odio y resentimiento, ha dejado el terreno sembrado a la involución, esto es, a la vuelta a políticas históricamente fracasadas que, por medio de la lucha de clases, nos conducen de nuevo al enfrentamiento civil.
Un movimiento populista, al servicio y con los recursos económicos proporcionados por potencias extranjeras, se apresta para tomar el poder en España, como caballo de Troya que inocule en la vieja Europa el germen de la destrucción. Una operación perfectamente planificada en el extranjero y que, a esta fecha, se encuentra ya a medio camino de su realización. La parte más difícil ya se ha implementado. Sólo queda ahora la toma de control de las Fuerzas Armadas, de las Fuerzas de Seguridad del Estado y de los medios de comunicación que pretenden para, mediante la destrucción del Partido Socialista y de nuestro tejido económico y social que ellos mismos procurarán, hacerse con el control absoluto de nuestro país, a fin de iniciar desde Madrid la demolición del proyecto europeo, que se producirá necesariamente tras la desaparición del euro que ellos mismos provocarán.
La llave de la situación la tiene ahora el PSOE. No parece tan difícil comprender que cuatro años de estabilidad y crecimiento facilitarían la desactivación de este peligro que nos acecha y la reconducción del mismo a sus justos términos: los de la marginalidad. No es posible que, una vez más, la ambición de una sola persona conduzca de nuevo a un pueblo a su destrucción.
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