La torre de la discordia

25 de febrero 2025 - 03:08

Durante mucho tiempo he estado pendiente de la polémica sobre la torre-hotel del dique del puerto. He participado poco en la tal polémica, aunque me han interesado mucho las doctas elucubraciones urbanísticas, medioambientales o de contaminación paisajística que, con mejor o peor fortuna, se han planteado en su contra. Vaya por delante que todas ellas han gozado de mi máximo respeto, aunque algunas no hayan coincidido con mi opinión. Lo que sí tengo claro es que yo jamás hubiese aprobado la modificación del Plan Especial del Puerto para aprobar la torre-hotel catarí. De hecho, el Plan inicialmente aprobado, cuyo autor si no recuerdo mal fue el arquitecto Alfonso Peralta, ni recogía ni hubiese recogido nunca esa barbaridad urbanística.

Voy a recordar el origen de esta discordia confiando en que mi memoria no me traicione. Cuando fui vocal de la Junta de Obras del puerto, siendo presidente de la Autoridad Portuaria, Francisco Merino, se comenzó el Plan del Puerto. En esos momentos, su gestión aún era competencia del Estado, pasando a ser después de la Junta de Andalucía. El puerto era económicamente deficitario, creo recordar que, en unos 200 millones de pesetas al año, déficit provocado por la pérdida de los ingresos provenientes de la descarga de petróleo, trasladada a otro punto. Ese déficit, llevó a los nuevos gestores nombrados por la Junta de Andalucía, desde Enrique Linde, cuando gobernaba el PSOE, hasta Carlos Rubio con el PP, a pescar ingresos en aguas urbanísticas. De ahí nacieron el, inicialmente también polémico, centro comercial del muelle uno y, posteriormente, la torre-hotel. Pero ¿Por qué de la polémica del hotel? En palabras del catedrático en la Escuela Técnica Superior de Andalucía de la Universidad de Sevilla, Víctor Pérez Escolano, “el tema de las arquitecturas, su bondad o maldad no radica en la tipología, sino en la calidad y en la adecuación de la localización respecto al conjunto del paisaje urbano”.

No me considero cualificado para opinar sobre la calidad del proyecto de la torre-hotel. Ni del que se ha presentado para aprobar la modificación del Plan especial, ni de la, de momento fantasmagórica torre, presentada en un bosquejo por el arquitecto “pritzkeriano” David Chipperfield. Pero si me creo con suficiente entendimiento, razón y comprensión, como para opinar que la “localización respecto al conjunto del paisaje urbano” de la torre es totalmente inadecuado. También tengo claro que el uso hotelero no es el más acertado.

Dicho esto, y dentro de la discordia, el cabreo llega cuando te das cuenta de que intentan distraerte, de que tu atención la dirigen a lo superficial, a lo que no es realmente importante, mientras te esconden, como el mago a los niños, lo esencial. Pretende Chipperfield engañarnos burdamente. Debe pensar que los malagueños somos tan tontos que cuando nos señalan la luna miramos al dedo. Y nos quiere distraer señalándonos unos jardines con arbolitos desde la Malagueta hasta “una colección de jardines de carácter y atmosferas diferenciales”, o sea hasta los jardines de la torre. No, amigos, no, que por mucho que vistan de seda a la mona, mona se queda. No se trata de la altura de la torre, ni de ponerle jardines al dique, sino de que el sitio no es el adecuado. Y digo yo ¿Por qué no la tumban y hacen un hotel con 144 metros de fachada y 20 metros de altura? A lo mejor es una solución ¿No? O más bien sea una chorrada.

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