En 1927 el filósofo y novelista francés Julien Benda publicó "La traición de los clérigos", un alegato contra los intelectuales de su tiempo que habían tomado partido por la sinrazón del militarismo y la xenofobia, frente a los ideales de verdad, justicia y razón. La historiadora Anne Applebaun retoma el término de clérigo en su último libro, "El ocaso de la democracia", para definir a intelectuales y periodistas que ponen su inteligencia al servicio de los actuales plutócratas iliberales, con "cierta vena de libertarismo, cierto talento para el escarnio y cierto tufillo de nostalgia restauradora". En nuestro país había una mayor tradición de clerecía en la izquierda, pero de un tiempo a esta parte numerosos intelectuales, antiguos progres en su mayoría, ofician sin rubor de clérigos de la derecha. Al respecto decía Javier Cercas en una columna: "si uno cree que los valores de la izquierda son preferibles a los de la derecha, debe combatir la complicidad entre izquierda y nacionalismo; pero cambiar la complicidad con el nacionalismo por la complicidad con la derecha es cambiar un error por otro". También Muñoz Molina, ante los ataques de los clérigos contra los firmantes de un manifiesto en el que se defendían ideales de progreso, respondía con un artículo titulado "Hay que esconderse": "Un cierto grado de exilio interior no me parece un precio excesivo por seguir defendiéndolos, incluso si viene acompañado por el sarcasmo de las brillantes inteligencias congregadas en torno a Isabel Díaz Ayuso".

La traición de los nuevos clérigos no es defender a una ideología determinada, sino poner su inteligencia al servicio de la polarización y contribuir a emponzoñar la vida pública. Atacando con insidia, incluso en las circunstancias más adversas, cualquier medida o decisión del gobierno de la nación. Fomentando la demonización y deslegitimación de todo gobierno que no sea de derechas. Algo que de forma recurrente viene sucediendo desde el triunfo del PSOE en el 93, y del "márchese, señor González", la posterior deslegitimación del triunfo de Zapatero y ahora igualmente con Sánchez. Una grave anomalía, genuina de nuestra democracia, contraria a la Constitución y no menos preocupante que la existencia del independentismo o el auge de los populismos. Esos antiguos izquierdistas reconvertidos en "españolazos" son fiel reflejo de aquello que decía con amargura al gran Fernán Gómez: En España no se critica, en España se desprecia.

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