Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
Donald Trump y Málaga no suelen aparecer en la misma frase. Uno es un expresidente estadounidense que polariza a la opinión pública; la otra, una ciudad mediterránea conocida por su sol, playas y Picasso. Sin embargo, si miramos con atención, hay ciertos paralelismos que pueden ofrecer una lectura interesante de los tiempos que vivimos.
Por un lado, Trump representa el auge del personalismo político. Su figura mediática, más allá de las instituciones que representa, ha transformado la forma en que muchos ven la política global. Las personas ya no siguen únicamente a partidos o ideologías; ahora siguen a líderes que encarnan un mensaje, una promesa, una forma de “ser” en el mundo. En cierto sentido, Málaga también ha experimentado un cambio de paradigma en cómo se presenta al resto del mundo. Ya no es solo una ciudad de paso para turistas en busca de sol y mar. En las últimas décadas, ha cultivado una identidad cultural fuerte: una ciudad tecnológica, un centro artístico, una urbe con un mensaje propio y ambiciones globales.
Pero no todo son paralelismos halagüeños. El estilo de Trump se ha asociado con el populismo, la confrontación y la polarización. En el ámbito local, Málaga también enfrenta retos divisivos, especialmente en torno al desarrollo urbano y la sostenibilidad. La gentrificación del centro, el auge de los alquileres turísticos y la presión sobre los servicios públicos generan debates intensos. Algunos ven el boom turístico y tecnológico como la gran oportunidad de Málaga para posicionarse internacionalmente. Otros lo perciben como una amenaza a la identidad de la ciudad y al bienestar de sus residentes. Este choque de visiones, aunque no tan mediático como las polémicas de Trump, es igualmente crucial para el futuro de Málaga.
Además, ambos, Trump y Málaga, simbolizan las tensiones de un mundo en transformación. Trump encarna la resistencia a ciertos cambios globales, al orden multilateral, mientras que Málaga se encuentra en una encrucijada: ¿puede convertirse en un actor global sin perder su esencia local? La ciudad ha sabido adaptarse al cambio, diversificando su economía y modernizando su imagen. Sin embargo, el desafío sigue siendo cómo integrar este crecimiento con el respeto por su historia, su gente y su entorno.
En última instancia, Trump y Málaga son un recordatorio de que las identidades—ya sean políticas o culturales—están en constante evolución. Aunque las comparaciones puedan parecer rebuscadas, ambas historias nos hablan de la importancia de equilibrar el cambio con la continuidad, y de entender cómo las decisiones de hoy pueden modelar el futuro. Málaga, al igual que cualquier ciudad con ambiciones globales, tiene mucho que aprender de los errores y aciertos de figuras y fenómenos globales como Trump. En el proceso, quizá pueda evitar el tipo de polarización que ha marcado la política estadounidense en los últimos años y construir una identidad sólida que sea tanto local como internacional.
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