Quizás
Mikel Lejarza
Sancho Panza en ‘El Hormiguero’
Voces nuevas
España ha encontrado un macabro equilibrio: lo que el Estado o la economía no puedan proporcionar a la juventud actual, lo tapará la familia con sus pensiones, propiedades o sueldos”. Ayer leí la opinión de Estefanía Molina, una periodista a la que, intuyo, le ha ido bastante bien. Supongo que tendrá casa propia y una independencia boyante. Qué suerte la de Estefanía. Y digo suerte porque siendo periodista nadie mejor que ella entiende que hoy en día, asumir el coste de bienes como una vivienda, para muchos del gremio supone algo así como una Odisea. En su reflexión decía que “España fabrica jóvenes castrados de autonomía, esos que dependen de su familia aun cuando deberían ejercer de adultos plenos: dueños de su vida o de su vivienda”. Y seguía afirmando, “Hola a una especie de niñez eterna, donde uno termina hasta justificando con 35 años en qué invierte el sueldo porque tiene la nevera vacía”. ¡Ea!. Se quedó tan a gusto. No dudo que existan esos jóvenes a los que alude, porque como saben, hay de todo en la viña del Señor. Sin embargo, no pude evitar sentirme especialmente dolida con su reflexión. Primero, por venir de una persona del gremio, gremio que de primera mano sé lo castigado que está y lo sufrido que es para quienes intentan vivir de él pese a la dureza de los tiempos. Y segundo, por los elevados costes del mercado, ya no solo de la vivienda, sino en general. Un mercado cuyos precios siguen creciendo con unos salarios congelados y que, en la mayoría de los casos, sirven poco más que para cubrir las necesidades básicas del día a día. Habrá quienes prefieran seguir “chupando del bote” y continuar viviendo de sus padres hasta que, como dice el dicho popular, “puedan hacerlo de sus hijos”, pero también son bastantes los que, aún dejándose la piel y trabajando de sol a sol, no tienen opción a optar ni a una vivienda ni a la independencia que se merecen. Por suerte, existen el alquiler o las ayudas sociales. Y para todos ellos va mi aplauso. Me siento cada día en una mesa de trabajo junto a compañeros de una media de edad de entre 22 y 37 años. A todos ellos los definen dos aspectos: la vocación y la independencia (eso sí, la que pueden permitirse). Todos tienen su propio sitio, son autosuficientes en este mundo y no solo se pagan cada “capricho” con su salario, sino que encima no escatiman en compartir como buenos hermanos cuanto está en su mano. Sin embargo, el privilegio de la hipoteca les viene grande por una cuestión de Matemáticas: los números no cuadran para el Banco. Querida compañera, Estefanía, no es cuestión de madurez, es cuestión de cifras. Porque de trabajo y autosuficiencia ya te digo yo que tenemos todos la cartera llena.
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