La vida sin tabernas

En las tabernas había cerveza, vino blanco o tinto de garrafa, sin marcas ni añadas y aceitunas para acompañar

Se podrá vivir más tiempo, me decía un amigo, pero es muy aburrido. La pandemia ha traído consigo, entre otras muchas cosas, una forma de vivir que nada tiene que ver con aquella a la que los andaluces estamos acostumbrados. Siempre hemos vivido, al menos eso dice el tópico, de cara al exterior más que a la intimidad de la propia casa, necesitamos de la comunicación permanente con los amigos y la calle es nuestra sala de estar. Hasta aquí el tópico, que siempre encierra algo de verdad, pero no es cierto del todo. Somos maestros en el arte de la representación y en la calle actuamos. Nadie lo hace tan bien como el andaluz ni es capaz de encandilar y deslumbrar con la rapidez que lo hacen los hijos de la Bética.

Hay quien afirma que la presencia de casetas en nuestras ferias es para atender a los visitantes sin necesidad de tener que recibirlos en la propia casa. En otros lugares la gente es más dada a organizar reuniones en sus viviendas, aquí no, tal vez por la ausencia de un fuego alrededor del cual charlar y compartir conversaciones. Aquí nos basta con una mesa camilla, porque pensamos que el invierno es cosa de unos días que se sobrellevan y pasan volando o, tal vez, con el fin de evitar la intimidad que sugiere una chimenea. Lo nuestro es la calle.

Nuestro mundo está más cerca de la barra de un bar que de una estufa de leña. Por eso llevamos mal el confinamiento y tan pronto como se levanta la mano lo más mínimo, el personal se echa a la calle y vuelve a las andadas. Los días se hacen largos, aburridos, tediosos, sin fútbol y sin poder ir a los bares. La lectura es cosa de minorías y los planes educativos no han fomentado precisamente el disfrute de actividades culturales, cosa considerada propia de mentes privilegiadas, gente rara y peculiar.

A mí, personalmente, me gustan más que los bares y restaurantes, las tabernas, pero no quedan. Su desaparición tuvo lugar mucho antes y no es achacable a la llegada del confinamiento. Las tabernas murieron como murieron las lecherías y las carbonerías. La presencia de la tapa y las cartas de vinos pertenecen a otro mundo en el que los taberneros han sido sustituidos por los camareros y los cocineros por los denominados restauradores. En las tabernas había cerveza, vino blanco o tinto de garrafa, sin marcas ni añadas y aceitunas para acompañar. Y a comer a casa. Un mundo de ayer, diría Stefan Zweig.

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