Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Al volante

Más allá de la empatía que despierta el caso, en un cargo público la ejemplaridad es inherente al cargo y al salario

La ejemplaridad, de la que ha escrito Javier Gomá con admirable pedagogía en los últimos años, persigue a los políticos como una pantera al acecho. Si ya está feo que cualquier hijo de vecino se cuele en el turno de la vacuna del coronavirus con tal de salvar el pellejo primero, que lo haga un administrador público, sea un consejero o un concejal, clama al cielo: el abuso de poder se produce, escribió Shakespeare, cuando el remordimiento se desvincula de su ejercicio. En una democracia, además, el privilegio asumido injustamente causa un daño directo no a quien legítimamente le correspondía el turno siguiente en la cola para la vacuna, sino a la sociedad entera dado que es el conjunto de la misma la que, fiscalidad mediante, sostiene los mecanismos que hacen posible la asistencia. En todo esto late un reducto bien visible de la antigua barra libre franquista, la gentileza mostrada a su ilustrísima don Fulano dejándole pasar por delante de cualquiera, reservándole las mejores gambas de la bandeja y, ya que estamos, filtrándole suavemente un fajo de billetes en el bolsillo de la chaqueta, y póngame a los pies de su señora. Sucede en ocasiones, sin embargo, que la ejemplaridad queda vulnerada no tanto en virtud de la corrupción sino de la flaqueza coyuntural. Es el caso de la concejal Ruth Sarabia, que pasó diez minutos conectada a una comisión municipal desde el móvil mientras iba conduciendo. Por más que la edil llevara su dispositivo bien anclado y no necesitara manipularlo, lo del móvil al volante no es, ni mucho menos, cosa de risa. Periódicamente realizo largos viajes en carretera, siempre que lo permitan los confinamientos perimetrales, y puedo comprobar la escandolosa cantidad de conductores que salen a la carretera distraídos, a gran velocidad, porque están atiendo una conversación en el móvil, ya sea con el manos libres o en la oreja. Pero es que una conexión virtual exige mirar a la pantalla y, por tanto, olvidar la carretera. En serio: poca broma.

En las declaraciones con las que Ruth Sarabia pidió perdón por su conducta, hay un matiz que, sin embargo, despierta mi solidaridad: la concejal recuerda que a menudo "nos ponemos agendas que luego son difíciles de cumplir", y es muy cierto que en determinadas horas en las que la refriega doméstica coincide con el nivel álgido de la jornada laboral es muy difícil resistirse a coger el móvil al volante, conectarse a una reunión desde el lugar menos apropiado o cometer cualquier infracción que uno considera leve cuando el reloj aprieta demasiado. Por eso, también es difícil resistirse a mostrar cierta empatía con Sarabia, quien comete tal vez su mayor error cuando afirma haber estado conectada sólo dos minutos mientras los vídeos de la comisión demuestran que estuvo por lo menos diez. Y es que la ejemplaridad, que en un cargo público se considera inherente al puesto y al salario, también pasa por admitir los errores en toda su dimensión. Prevalezca en este caso, sin embargo, la comprensión. Por más que aquí, quien más, quien menos, todos llevemos un cohete metido en el culo.

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