La absurda pretensión de López Obrador

López Obrador se ha comportado más como un populista bananero que como el líder de un país democrático como es México

Las cartas que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha enviado al rey Felipe VI y al papa Francisco para que pidan perdón por los atropellos que se cometieron durante la conquista del continente americano hace cinco siglos han levantado, como no podía ser de otra manera, la estupefacción y el firme rechazo de la gran mayoría de los partidos políticos (exceptuando Podemos y las formaciones independentistas) e historiadores españoles. La propuesta es exagerada y extemporánea, tanto que rozaría la comicidad si no fuese porque es una infantil falta de respeto al Jefe del Estado español por parte del presidente del que se supone un país amigo, una tierra con la que mantenemos unos estrechísimos lazos culturales, humanos, económicos históricos y lingüísticos. Como dijo ayer el gran historiador e intelectual mexicano Enrique Krauze, que lleva tiempo alertando de la deriva populista de López Obrador, dichas misivas son un "despropósito inoportuno", una maniobra absurda con la que se intenta usar la historia como arma política.

No es éste ni el lugar ni el momento de analizar la famosa Leyenda Negra sobre la España de los siglos XVI y XVII y la conquista de América. Tampoco de inventar una leyenda blanca en la que España aparezca como una potencia caritativa que sólo se preocupó por el bienestar de los indígenas, las artes y la cultura. El descubrimiento, conquista y colonización de América fue un proceso sumamente complejo y dilatado en el tiempo, en el que los españoles de aquellos remotos años mostraron lo mejor y lo peor de lo que eran capaces. No se trata, pues, de quedarse sólo con lo bueno o lo malo, sino de comprender que sin aquel proceso no existiría lo que hoy conocemos como comunidad iberoamericana y, por supuesto, tampoco el Estado de México. La pretensión de López Obrador (descendiente él mismo de españoles) desvela las complicadas y tortuosas relaciones que muchos mexicanos (otros no) guardan respecto a sus mestizos orígenes nacionales, en los que lo español y lo indígena conviven no siempre en plácida armonía.

Más allá de todo esto y, sobre todo, lo que resulta ridículo es que una cuestión tan lejana en el tiempo envenene las relaciones diplomáticas entre dos países hermanos. López Obrador ha actuado más como un populista bananero que como el presidente de la potencia democrática que se supone que es México. Están siendo los ciudadanos de este país americano los primeros en mostrar su rubor.

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