Estepona

De las rías gallegas a la Costa del Sol

Este fin de semana ha habido algo más que hacer en Estepona que disfrutar de la playa o del chiringuito. Por segundo año consecutivo el viernes llegaba a la Costa del Sol la Feria del Marisco Gallego, que ha conseguido que por tres días los percebes, las zamburiñas, y cómo no, el pulpo, hayan sustituido a los espetos de sardinas y la pipirrana en los menús de muchos visitantes que incluso se han podido llevar el marisco a casa.

Bogavantes, centollos, chopiños, cigalas, nécoras y ostras han sido tan sólo algunos de los manjares que se han degustado después de que se prepararan en el mismo recinto del Palacio de Congresos, donde los comensales incluso han podido elegir el marisco vivo que querían ver después en su mesa.

Otro de los platos fuertes de las jornadas ha sido la empanada. De bonito, pulpo, xouba o bacalao, todas han triunfado y llamado la atención de los turistas, sobre todo extranjeros, que se han dejado conquistar por la oferta gastronómica de la otra punta del país.

En cuanto a los caldos, el riberiro y el albariño han sido los reyes. Las copas de vino blanco bien fresquito iban y venían de la barra a la mesa a la misma velocidad que desaparecían las mariscadas. Eso sí, pocos se han atrevido con el orujo que fue el protagonista de las queimadas realizadas por la organización a las 24:00 del viernes y del sábado.

La tarta de Santiago, de queso y membrillo, y las filloas con queimada sirvieron para poner el punto final a la cena y el almuerzo de más de uno que quiso llevarse a casa un poquito de la cocina gallega comprando queso de tetilla, licor de hierbas o zamburiñas en la tienda habilitada por la organización.

Desde su mesa Ana nos explica que "aunque aquí tenemos muy buen pescado, no es lo mismo que el marisco gallego", a lo que Alejandro añadía que "los gallegos tienen un arte especial a la hora de cocinar el pulpo. Hay que probarlo para comprenderlo".

Los turistas extranjeros tampoco quisieron perderse estas jornadas que les han permitido trasladarse a más de mil kilómetros gracias a la magia de los fogones.

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