El Palquillo

El triunfo de la Semana Santa estática

Personas apostadas en la salida de la calle Trajano hacia el Duque a la espera de cofradías.

Personas apostadas en la salida de la calle Trajano hacia el Duque a la espera de cofradías. / Antonio Pizarro

BIENVENIDOS a la Semana Santa estática. La de las odiosas sillitas portátiles. No las llamen de los chinos porque las venden en muchos establecimientos. Y este año han florecido como el azahar, por todo lados. Son el colesterol de esta Semana Santa tan sobredimensionada. Ya está a más de 200 y amenaza con colapsarlo todo. El chapapote que inunda la playa. Este mal que parecía olvidado ha retornado con fuerza tras el parón de la pandemia. Y lo más triste es que muchos de los que las utilizan son personas demasiado jóvenes que viven la fiesta de una manera pasiva. El modus operandi es plantarse varias horas antes en un punto destacado –léase ayer la Cuesta del Bacalao u Orfila– sacar los bocadillos, las latas y las pipas y que allí se las den todas. Y si alguien intenta pasar, se forma el pitote. Si alguien viene acompañando a los pasos y le resta visión, se forma el cirio. Porque estas personas se creen dueños de ese pedazo de calle que han conquistado con sus tenderetes.

Esa no es la Semana Santa de Sevilla. Nunca lo ha sido. Y no se trata de criticar a las personas mayores que necesiten puntualmente este apoyo o a aquellos que haciendo un uso responsable se sitúan pegados a una fachada o un lugar donde no dificulten el tránsito. Se trata de censurar una actitud. Una forma de vivir la Semana Santa que debe ser la misma con la que afronten la vida. Llevamos desde el Domingo de Ramos viendo y advirtiendo de esta práctica. Pero lo del Miércoles Santo ya ha sobrepasado lo permisible. El Ayuntamiento ha inundado las calles de señales que advierten que las sillas portátiles está prohibidas aquí o allí. Pero después no se vigila para que se cumpla esta norma. No se trata de multar. No. Se trata de disuadir. Una y otra vez. Desalojar hasta que cale el mensaje. No puede haber personas desde el mediodía plantados en las aceras de Orfila impidiendo el tránsito normal de los peatones. Y no digamos ya de personas en sillas de ruedas o de carros de bebé. Es inadmisible.

Y nos tememos lo peor para lo que queda de celebración. Nada menos que los días grandes. Jueves, Madrugada, Viernes y el tan esperado Sábado Santo y el Santo Entierro Grande. A nadie se le escapa que habrá centenares de miles de personas en las calles para ver un magno cortejo que deparará imágenes únicas. Muchos venidos desde fuera de Sevilla. ¿Se imaginan la que se puede liar? ¿Se van a permitir filas y filas de sillas en el Salvador, Rioja, la Magdalena, el Museo...? Y la solución no es aforar. La Semana Santa de Sevilla no va de sillitas. Va de vivir las cofradías. De buscar y encontrar. De sorprenderse. De perderse. Esa es la esencia. El secreto. Y, ¿por qué tienen tanto predicamento las odiosas sillas? Además de para no cansarse, sirven para no perderse. Tal vez esta cuestión la debería responder Isidoro Moreno, pero los sevillanos cada vez conocen menos el centro de su ciudad. Sus calles. Sus recovecos. Los callejones por los que acortar. El camino más rápido para ir de un punto a otro, que no siempre es el más corto. Cada vez vive menos gente en el casco histórico. Los motivos son conocidos. Se ha perdido la calle. Y eso se nota, y mucho, en la Semana Santa.

Pero aquí habíamos venido a hablar de la esplendorosa jornada de Miércoles Santo vivida. Día remodelado que ha llevado a la franciscana Hermandad del Buen Fin a salir de su templo prácticamente sin haber hecho la digestión. Sol de justicia y calor a borbotones en una Plaza de San Lorenzo muy desangelada al paso de la cofradía. Cómo cuida la hermandad los detalles. Qué dos pasos más bien exornados. Qué paso de palio más bello. Recuerdos de la infancia. Ansiosos estamos por ver el misterio que está tallando Darío Fernández. Por cierto, de las cuatro hermandades de San Lorenzo –Bofetá, Buen Fin, Gran Poder y Soledad–, tres regresan a su barrio por el Postigo y el Arenal. Es una anomalía, sin duda, que hay que corregir porque no es lo natural.

Admirable ha sido la compostura de los nazarenos de la Sed o San Bernardo en su camino al centro con casi 30 grados a la sombra. Tiene mucho mérito. Cuidemos a los nazarenos porque son los que sustentan a las hermandades. Todas las cofradías realizaron un esfuerzo ímprobo por cumplir con los horarios y no perjudicar al próximo. Atrás quedaron los reproches y los comunicados. Las reivindicaciones, por loables que sean, y las mejoras que se deban hacer habrá que tratarlos de manera fraterna a partir del Lunes de Pascua.

En esta Semana Santa sobredimensionada y estática lo mejor se está viviendo por la noche. Eso sí ha cambiado para bien. Si antes era habitual encontrar a un público más canalla, ahora son los cofrades de siempre los que buscan los retornos de las cofradías. Rostros conocidos. Está siendo la tónica común todos los días. La noche como aliada de la mesura, el buen gusto, la compostura... Esperemos que se mantenga también en la Madrugada.

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