Dolores de San Juan enmudece las calles con su cortejo de riguroso silencio
La archicofradía impuso su seriedad en el culto a sus Sagrados Titulares, el Cristo de la Redención y Nuestra Señora de los Dolores
Volvió a hacer estación de penitencia en la Catedral, acto que repite cada año desde 1978
Con unos minutos de retraso sobre la hora señalada se abrieron las puertas de la iglesia de San Juan para permitir la salida de la Archicofradía de Dolores de San Juan. En escrupuloso silencio, acompañado por un numeroso público congregado en el entorno del templo, las túnicas negras con ancho cinturón de esparto y cirios burdeos ya encendidos, comenzaron su recorrido procesional hacia la calle Souvirón y la plaza Arriola.
Algunos de los penitentes cumplían con su cometido descalzos. Se pedía silencio y el respeto era notable. Solo de las calles aledañas y de las mesas de las terrazas en alto se colaba el murmullo en la rigurosa procesión. La capilla musical comenzó a sonar delante de la guardería que, a pesar de ser niños de muy corta edad, se comunicaban en susurros.
Pronto los ciriales anunciaron la salida del Cristo de la Redención, una talla realizada por Juan Manuel Miñarro, entre los años 86-87. A pesar de la gran puerta lateral del templo, la salida siempre es compleja. No podían mecer el trono y la rampa obligaba a los hombres de la parte delantera a portar el varal en las manos con los brazos extendidos para salvar el desnivel. La curva hacia la calle de San Juan la hicieron de una sola vez.
Detrás del Cristo los acompañaban penitentes con grandes cruces de madera, sin capirotes, algunos de ellos rezando el rosario. La sección de la Virgen de los Dolores, con la misma túnica pero velas blancas, completaron el solemne cortejo.
Los toques de campana se escucharon en el interior del templo y los ciriales anunciaron la salida de la Dolorosa, cuya imagen original fue destruida en 1936. Una donación del anticuario Antonio Pons y Ramírez de Verger restableció la imagen mariana en los años 40, aunque no sé procesión hasta finales de los 70.
La salida de la Virgen fue aún más complicada. El manto y el palio, unido a las dimensiones mayores del trono dificultaron una maniobra que hicieron con precisión mientras se escuchaba una saeta desde un balcón aledaño. “En este valle de llanto sean tus ojos el consuelo y que nos cubra tu manto”, decía la letra. En cuanto pasó, la vida que se había detenido volvió a latir entre la calle Cinco Bolas y la salida hacia Félix Sáenz.
Pero el cortejo siguió con los hermanos poniendo el máximo empeño en que el propio culto a los Sagrados Titulares fuese la esencia misma de la procesión, sin accesorios, sin distracciones. Pasadas las 22:00 estaba prevista la estación de penitencia en la Catedral, acto que se realiza cada año desde que en 1978 se revitalizara la Archicofradía.
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